Era una mañana de Diciembre y con mi pequeño Opel me disponía a empezar mi viaje hasta Valencia para pasar los días anteriores a Navidad. Me esperaban 4 horas de conducción pero eso no suponía un problema para mi ya que es algo que me relaja, y aunque lo disfruto más sola, decidí compartir el coche para ahorrarme algo de dinero.
A las 10 de la mañana recogí a Marina, una señora que durante todo el camino hacía Tarragona no se calló ni un segundo. Cuando bajó me dió las gracias por el viaje tan ameno que había pasado.
Cuando subieron Orlando y Katy noté actitudes por parte de él que no me gustaron, se veía desde lejos que era el típico controlador que tiene sometida a su novia. Directamente hizo que pasara al asiento de atrás y él se sentó a su lado.
Me puse música e intenté no escuchar su conversación aunque me resultó difícil, sobretodo en los momentos en los que a Orlando le daba por levantarle la voz. Mis ojos se desviaron por una milésima de segundo hacia el espejo retrovisor buscando los de Katy para mostrarle algo de apoyo, pero nuestras miradas no se cruzaron. Mi mente estaba en un dilema constante, no sabía si intervenir, defenderla e intentar hacer entender a ese señor que esa no era forma de hablar a una persona, y menos a su pareja; o por otra parte callarme y no meterme en asuntos ajenos.
A medida que nos acercábamos a Castellón, sentí que ya no podía aguantar la incomodidad, así que paré a repostar y bajamos todos. Mientras Orlando iba a la tienda, me acerqué a Katy y le dije: “Podemos dejarlo aquí, si quieres, y te llevo a ti a Valencia”.
Ella me miró sorprendida, y, después de un segundo de duda, asintió. Cuando Orlando regresó, le dije de manera casual: “Oye, ¿por qué no aprovechas y sigues desde aquí? Te queda cerca la estación de tren, seguro que llegas antes.”
Él, molesto por mis palabras, resopló, pero sorprendentemente aceptó sin muchas preguntas, como si pensara que Katy seguiría con él. Apenas se había alejado un par de metros cuando ella, ya en el asiento delantero, me pidió que arrancara.
El resto del camino fue un alivio. Al llegar a Valencia, Katy me dio un abrazo sincero y un “Gracias” que decía muchísimo más que eso.
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