Cuando don Fermín vio la convocatoria para el concurso de baile en el periódico, saltó de gusto. Sólo tenía que llevar su credencial para demostrar que tenía la edad, aunque no hacía falta, los surcos marcados en sus mejillas y el pelo canoso revelaban su edad, corrió a abrir su cajón para encontrarla.
Tenía que presentarse en la ciudad de Chilpancingo, la capital del Estado, a las doce del mediodía del siguiente día, hora en que se cerraban las inscripciones para más tarde concursar. Estaba a cinco horas del pueblo donde vivía, pero se preguntó: ¿y cómo me voy a trasladar a ese lugar si de aquí no hay salidas a Chilpancingo?
Don Fermín vivía solo, y era muy comunicativo, sin querer generaba conflictos en el pueblo por chismes y con el tiempo llegaban a rechazarlo. Fue él quien regó la noticia de que en Taxco estaban regalando hornos de microondas en la presidencia municipal y la gente del pueblo se organizó para trasladarse, pero no era verdad, lo que quería era viajar a esa hermosa ciudad con vista panorámica y calles empedradas.
Era famoso por ser el mejor bailarín en la región, pero ¿cómo iba a convencer a los demás de que era necesario ir a Chilpancingo? Estaba resignándose a no concursar, y recordó que el premio al ganador era una camioneta para doce pasajeros, y así como era de comunicativo, rápidamente divulgó cuál era el premio diciendo que si ganaba, él iba a dejar la camioneta para el servicio del pueblo que tanto lo necesitaba. Rápidamente se corrió la voz, hicieron una asamblea, los pobladores sabían de la posibilidad de que ganara, así es que aceptaron cooperar para el viaje de ida y decidieron ir más personas para asegurarse de que cumpliera y ser testigos del concurso, y sobretodo divertirse e ir a comer un pozole verde, platillo típico de Chilpancingo.
Tuvieron un viaje lleno de emociones, de ida, don Fermín no paraba de hablar y contar indiscreciones como era su costumbre, hasta hablaba de gente fallecida del pueblo y empezaron los reclamos entre los pasajeros aludidos, a otros les empezó a generar risa, después todos querían que siguiera contando historias.
Los pasajeros olvidaron los resentimientos, disfrutaron de la ciudad y su rica comida, regresaron felices en la camioneta nueva, ¡el gran trofeo! cantando canciones de salsa con las que había ganado en el alucinante concurso don Fermín.
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