– ¡Capicúa ¡ – Grita la niña cuando nos adelanta un coche.
– ¿Perrrdon? Yo no entiende… – Se extraña la pasajera Inglesa.
– Capicúa – intento explicar; -que se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda…
-De izzzquerda a dreeecha … a dreeecha a …. ¿que?
Y a la niña le da un ataque de risa, y la madre le dice que silencio por favor, que vas a molestar a este señor, que tiene que conducir…
Más tarde, cuando la niña se ha dormido, la madre me dice que lo siente, que espera que no me haya molestado. Y le respondo que no me importa, yo también jugaba a encontrar capicúas cuando era pequeño, y me gusta ver a la gente feliz, que es lo mejor de compartir coche.
Y le cuento que al principio pensé que serían sólo nombres, anotados en mi agenda con un apellido común: María Blablacar, Sandra BlablaCar… Muchas veces exóticos: Dafne, Dahiana, Yanlin… A veces falsos, quien sabe por qué. O quizá el nombre elegido para compartir coche es el verdadero, porque te libera del otro, del que no elegiste.
Pero cada nombre tiene una historia. Y me gusta escuchar esas historias.
Una madre que vuelve del hospital de visitar a su hijo enfermo, con el rostro marcado por el cansancio, pero que te contagia su valor. Una joven que sale de fiesta, con el rostro iluminado de purpurina, llena de energía e ilusión, con ganas de disfrutar la vida . Una violinista que ha huido de su país en guerra y tiene una prueba para un puesto de trabajo, nerviosa pero determinada.
Y le cuento muchas historias, que ya están unidas a mi propia historia, aunque haya sido sólo por un breve trayecto. Y ella me cuenta la suya, su dura infancia en un campo de refugiados, la felicidad cuando venía a España en verano, lo mucho que le costó luego volver, su duro trabajo en la fábrica, lo difícil que está salir adelante, lo feliz que está de haber conseguido cuatro días libres para poder ir a visitar a su hermana, que también consiguió venir a España.
Y le pregunto cómo se llama su hija, porque quiero recordar su nombre, y su historia.
-Aziza- me dice.
-¡Capicúa!- exclamo, y los dos nos echamos a reír.
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