– Y, ¿por qué vas a Lugo?
– Voy al cementerio.
– Lo siento…
– No, no… es que me encantan los cementerios.
En ese momento, sentí una punzada de inquietud y empecé a ver con recelo a mi pasajero. ¿Tengo un loco dentro del coche?
– ¿Por qué…? – pregunté con inseguridad.
– Memento mori.
Inmediatamente empecé a pensar sobre la vida y la muerte, entonces sus palabras cumplieron su función perfectamente. En mi imaginación se empezaron a proyectar imágenes que perfectamente podrían estar sacadas de una película de terror, una sensación de miedo invadió todo mi cuerpo. Solo la idea de que otra pasajera estaba a punto de subir a mi coche me despertaba de este colapso.
Durante los minutos siguientes el silencio fue protagonista, un silencio igual de aterrador que todas las imágenes que estaban pasando por mi mente, aun así, preferí seguir sin hablar, por si acaso, para no provocar el progreso de la situación. Tuve el presentimiento de que un progreso de la situación podría ser un regreso de mi existencia.
A pesar de mis reticencias, el hombre sacó de su boca varias frases, que hicieron que yo bajara del coche como un animal huyendo de un depredador. Aún no sabía que el único depredador allí era mi imaginación.
– Entra – dije a la pasajera nueva. – Me quedaré fuera un momento disfrutando este aire.
Quería decir “disfrutando la vida”, pero incluso a mí, me sonaba demasiado dramático.
No sé exactamente cuánto tiempo pasé fuera del coche, mi sentido del espacio-tiempo experimentó unos problemas temporales de funcionamiento. Sólo sé, que mis neuronas únicamente trabajaban para encontrar la forma de sacar a ese loco de mi coche.
No sé cómo, pero logré encontrar fuerzas para volver al vehículo, el viaje fue incómodo, la tensión se podía respirar, las conversaciones inexistentes. Finalmente, llegamos al destino.
Los pasajeros se bajaron del coche y tomaron sus caminos, yo en cambio permanecí dentro, relajándome, bajando mi frecuencia cardiaca. En ese momento, ví que en el asiento del hombre había un libro: “Buscando la esencia de la vida a través de los cementerios”. Estaba firmado con su nombre.
Durante los siguientes días, se convirtió en mi libro de cabecera, en cada viaje no perdía la oportunidad de pasear por la casa de los muertos.
La primera cosa que pregunté a mi siguiente pasajero fué:
– ¿Has visitado el cementerio ya?
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