Guille suspiró al subirse al coche. Su examen de inglés estaba a la vuelta de la esquina y cualquier minuto era valioso para estudiar, pero ver a sus abuelos bien lo valía. “Total, oportunidades para practicar inglés tendré muchas más”, se dijo, convencido de que el sacrificio merecía la pena.
Lo que Guille no esperaba era que su padre hubiese decidido usar una aplicación de trayectos compartidos para este viaje a Asturias. Cuando recogieron a Albert, un joven estudiante de medicina que parecía llevar mil historias en la maleta, Guille casi no podía creer su suerte: ¡su compañero de viaje era hijo de madre irlandesa y hablaba un inglés perfecto! La mirada de complicidad fue inmediata, y tras unos minutos de charla, Guille se sinceró: “Tengo un examen de inglés el lunes y la parte del speaking me da pánico”.
Albert sonrió con picardía. “¿Por qué no aprovechamos el viaje y practicamos? Hablamos solo en inglés, y así llegas más que preparado.” A Guille se le iluminaron los ojos y, con una rápida sonrisa de aprobación de su padre, arrancaron con su plan.
El viaje se convirtió en un curso intensivo de risas y anécdotas en inglés. Entre una historia sobre la vez que Albert se perdió en Dublín y la divertida explicación de cómo se confunde un «cookie» con un «biscuit», los kilómetros volaron. A veces Guille tenía que frenar su entusiasmo y repasar una palabra hasta que Albert asentía satisfecho. Todo esto mientras el pobre padre, que no entendía ni una palabra, lanzaba miradas de confusión al retrovisor, ocultando una tímida sonrisa.
Al llegar a Asturias, Guille ya no solo se sentía más seguro con su inglés, sino que estaba rebosante de felicidad. Ver la cara de sus abuelos, llenos de alegría por su visita, fue un recordatorio de que había tomado la decisión correcta.
El lunes, el examen fue pan comido. Guille no solo superó la prueba, sino que brilló en el tan temido speaking.
El viaje a Asturias no solo le permitió disfrutar de sus abuelos, sino que también le regaló una valiosa lección: el amor y el tiempo dedicado a la familia siempre traen buenos frutos, a veces en formas que nunca hubiéramos imaginado.
Y, como conclusión del viaje, Guille miró a su padre con una sonrisa cómplice. “Creo que es hora de aprender inglés, papá”.
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