Autoría Colectiva

Autoría Colectiva

Alberto Monreal

28/10/2024

Marina nunca firmaba individualmente los textos que escribía. Solo le interesaba la autoría colectiva. Quería dejarse atravesar por la riqueza de la coincidencia y creía firmemente que cuanto más desconocidas fueran las personas con las que escribía más poderosos eran los textos resultantes: la identidad se disolvía, la palabra se universalizaba, las ideas se abstraían en una pureza que no se alcanzaba trabajando en un grupo consolidado. Solía generar situaciones en las que encontrar a personas peculiares, que compartieran con ella sus divergencias o que aseguraran un estado creativo y de confianza ciega: pasaba días reclutando co-autores en cafés-librería, tertulias literarias, escuelas de Artes, y hasta calles de fiesta, donde encontraba los mejores relatos. En varias ocasiones había hecho llamados por redes, había distribuido octavillas por las aceras o directamente había creado un collage de textos encontrados. Pero nunca había probado a convertir un viaje en una historia.

Sucedió en un coche compartido; el conductor era guardia civil y el otro viajero anarquista radical, una combinación inmejorable. Tenían cuatro horas de viaje por delante, perfecto para un relato corto de unas cuatrocientas palabras. Dejó que pasara la primera hora conociéndose, permitiendo que la admiración mutua creciera orgánicamente; y durante la segunda guio la conversación para recoger anécdotas curiosas acontecidas en viajes como aquel.

Hablaron del uso del vehículo como confesionario o consulta psiquiátrica, de matrimonios felices nacidos en estos encuentros fortuitos, de reencuentros familiares en espacios de cinco plazas, de colaboraciones espontáneas en mudanzas, pinchazos e incluso crímenes de bajo rango, de sectas espiritistas, fiestas en cunetas y empresas enteras surgidas en recorridos pasajeros, de personajes insólitos -humanos y no humanos- habitantes de la Antártida, de ciudades flotantes o de cuevas eremíticas. Finalmente les confesó sus intenciones literarias. A esas alturas de la conversación, ambos estuvieron encantados de participar. Sin embargo, por algún motivo, la estudiada metodología de Marina falló por primera vez en sus experiencias colectivas. Pasaron casi todo el resto del viaje intentando ordenar ideas, conectar historias, aterrizar en el realismo mágico una dosificada mezcla de biografía y ficción, pero había tanto contenido y tan dispar que no parecía posible sintetizarlo en un buen cuento. Quedaban diez minutos cuando llegó la solución, y atropelladas las voces comenzaron a encontrar el final de aquel viaje:

“Marina nunca firmaba individualmente los textos que escribía. Solo le interesaba la autoría colectiva…”

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