Viajar es bueno. Mucho mejor cuando el motivo
del viaje es cometer algo que podría o no ser un delito. Se sabe que el
eucalipto es ideal para ahuyentar los malos espíritus. Al menos, eso dice Juan
mientras maneja, preocupado y con la mirada fija en los árboles que bordean el
camino.
Últimamente, todo le va mal: incluso su mujer
está a punto de dejarlo. Pero ahí está. El árbol mágico. Ese que va a liberarlo
de tanta mala racha. Ana se baja, seguida de Luis. Juan no se atreve; prefiere
quedarse en el auto junto a Mariana, ambos muy seguros.
El eucalipto es alto, pero bastaría con
alcanzar una ramita. El problema es que la ramita está demasiado arriba, y Ana
intenta saltar para alcanzarla… y cae. En cámara lenta. Con la nariz directo al
pasto. Luis se agarra la panza, desternillándose de risa mientras Ana intenta
incorporarse y vuelve a caer una y otra vez. Cuando finalmente logra
levantarse, Luis le extiende la mano, y ambos corren hacia el auto.
–¡Alguien nos vio! –grita Ana desesperada al
subir al auto, que arranca cuando su pierna todavía está a medio camino. Hacen
unos metros y, de repente, se dan cuenta de que Luis se ha quedado atrás,
parado en la ruta.
Lo esperan y sube, maldiciendo entre dientes,
visiblemente enojado. Juan y Mariana siguen riéndose, saltando en los asientos.
Una vez calmados, Ana muestra triunfante el «eucaliptus secuestrado».
–¡Ahora sí estamos salvados ! – dice Juan.
–Sobre todo porque Ana tiene la nariz bendita
– comenta Luis entre fuertes carcajadas.
Sin embargo, no les sirve de nada: como
salido de la nada, un coche de policía se dirige hacia ellos.
Todos se congelan y adoptan posturas de
estatua, apenas respirando. El auto de la policía pasa junto a ellos, y los
oficiales los miran, sonríen y los saludan… para luego seguir de largo.
–¡Vieron que funciona! – les espeta Juan
agitando el eucaliptus por todo el auto.
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