“Vengo del futuro” – se lo dijo, así, de repente.
Ella se quedó algo atónita. En los viajes en coche compartido se había encontrado cosas raras, pero ningún copiloto que le dijera tal cosa.
“Tenía que decírtelo. Tenemos tres horas y es mejor que te lo diga directamente.”
Ella echó la cabeza en la nuca y se rio. Era algo cómico, desde luego.
“Te diré más, querida Beatriz. No he viajado a cualquier día. He viajado al día en que conocí a mi esposa.”
“¿Cómo?”- ella lo miró entre extrañada y divertida. “¿Por eso viajas a Madrid ahora? ¿La conocerás allí?”. Puede que aquella conversación, saliendo de Valencia, le habría parecido insolente. Pero la cara del chico era agradable y tenía un aire familiar y jovial.
Él no se dio por vencido.
“No. He viajado desde el futuro, para volver a revivir uno de los días más alegres de mi existencia. El día en el que te conocí.” Lo dijo esta vez muy suave y seriamente.
Se hizo un silencio.
“Piensas que no digo la verdad. ¿Cómo puedes saberlo? ¿Acaso sabrías si alguien viaja desde el futuro para verte?”
Ella sonrió. Ciertamente no. “Demuéstramelo. Dame alguna prueba de que eres mi esposo del futuro.”
-“Muy bien… pero tienes que saber que no puedo darte una prueba irrefutable. Eso va contra los principios del viaje en el tiempo. “
Ella asintió.
“Sé que has vivido una temporada en Ecuador, concretamente en Quito. Hace ya bastantes años.”
-“Vamos”- respondió Beatriz. “Me tienes que dar algo más. Eso lo puede saber cualquiera que sepa usar internet.”
-“Te encantan los finales felices y los giros de trama.”
-“No es cierto.”
-“Pararemos en la salida 224”
Esta vez no le replicó enseguida. “Procuraré saltármela”.
-“Te gustan las cosas blancas y negras, nada de grises.”
Ella no dijo nada. Eso era absolutamente cierto.
Después de un minuto de silencio dijo él: “Tus padres se comprometieron en su primera cita.”
“Otros tiempos”
Pero ¡¿Cómo había podido saber eso?!
Silencio.
“Los dos hemos dicho una mentira: no vengo del futuro, sino del pasado. Nos conocimos hace muchísimos años en Quito. Éramos inseparables… hasta que os mudasteis.”
Fue como un rayo. ¡Por eso esa cara familiar!
“¿Eres tú, Pablo?”, le brotó una lágrima sin saber por qué. No veía bien la carretera.
Se salió de la autovía (era la 224).
“¿Y cuál fue mentira?”
“Te encantan los finales felices.”
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