¡Uff, llego tarde, si en cinco minutos no viene, me iré!, pensó Alicia, cuando observó a un anciano acercándose apresuradamente hacia su coche con barba y cabellos plateados, ataviado con una túnica blanca.
¿Es usted Alicia, de BlaBlaCar?- preguntó el anciano con la respiración entrecortada. -¡Sí, soy yo, estaba a punto de irme!-contestó mientras le daba la mano indicándole que subiera al coche.
Alicia y su curioso pasajero subieron al coche y abrochándose los cinturones, se dirigieron hacia la salida de Toledo dirección Madrid. Intrigada por saber más cosas de su acompañante de viaje, la joven conductora comenzó a hablar con él y hacerle preguntas:
¿Va de visita a Madrid?. -Viajo por trabajo, aunque estoy jubilado. La Directora General de la empresa que fundé hace más de 40 años me ha pedido ayuda…Es importante y grave la situación- contestó el anciano.
-¿Y qué es lo que hacen en su empresa?-, preguntó Alicia.
-Tenemos tres departamentos con funciones distintas, un departamento donde creamos un producto de utilidad social, el segundo departamento se encarga de su proceso de ejecución, y un tercer departamento de solución de conflictos. La Directora debe mantener el equilibrio entre ellos, pero el equilibrio se esta rompiendo, y he de intervenir, además, es ciega-. Contestó el anciano.
¡Ciega, Vaya situación tan extraña!, pensó Alicia.
Durante el trayecto el anciano le explicó a la joven lo mucho que la sociedad había cambiado, de la importancia de la concordia entre los hombres y de los principios y valores de una sociedad. Fue tan entretenida la conversación que no se dieron cuenta de que ya habían entrado en Madrid.
-¿Quiere que le acerque a algún sitio?-.Preguntó Alicia.
-¡Es verdad, con las prisas, se me olvidó decírselo!, ¿puede llevarme al Palacio de las Cortes?.- preguntó el anciano.
-¡Claro, me viene de paso!- Contestó Alicia con una amplia sonrisa.
Pocos minutos después, llegaron a las puertas del imponente edificio ante la atenta mirada de dos grandes leones que lo flanqueaban. Alicia paró el coche y los dos salieron del vehículo. Al despedirse, Alicia le preguntó al anciano:
-Perdone, soy tan despistada, que se me había olvidado preguntarle su nombre-.
El anciano, con voz solemne, contestó: Soy el Estado Social y Democrático de Derecho.
Y, lentamente subiendo las escaleras, se desvaneció entre las columnas.
Alicia, conmocionada y sorprendida, subió a su coche, lo puso de nuevo en marcha, y lentamente, se fue.
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