Nuestro primer viaje compartido fue desde San Sebastián hasta Málaga.
Recogimos a nuestra primera viajera en origen; y al segundo, en Burgos (un jovenzuelo que, tras una intensa noche de fiesta, se sentó directamente en el asiento trasero de nuestro coche con las gafas de sol y los auriculares puestos, tras apagar –eso sí– el cigarrillo que estaba fumando, presentarse y saludarnos cordialmente). Apenas tuvimos noticias suyas en los siguientes 100kms.
El viaje discurrió tranquilo hasta el puerto de Somosierra. Sin embargo, en plena bajada, vimos a lo lejos una extensa columna de humo negro que se elevaba hacia el cielo. Nos resultó imposible ver su origen, puesto que se ocultaba tras una pronunciada curva que parecía no tener fin. Sin embargo, estaba claro que algo pasaba: en pocos minutos la caravana que se formó era tal, que nos obligó a parar el vehículo por completo.
Apagamos el motor. Aquello parecía ir para largo.
De repente, nuestro joven amigo, acurrucado en el asiento de atrás, escondido tras sus gafas de cristales negros y aislado con sus modernos auriculares in ear, pareció despertar de su letargo.
Se estiró; se quitó gafas y los cascos; guardó todo con celo, abrió la puerta trasera del coche y salió del vehículo.
Al principio, intuimos que le apetecía aprovechar el obligado parón para fumar otro cigarrillo.
Sin embargo, se puso muy serio y nos dijo: “Esperadme aquí. No os vayáis sin mí”.
Nuestra cara de perplejidad debió ser mayúscula cuando lo vimos salir corriendo entre los coches detenidos en dirección a la columna de humo, barbilla alta y mirada al frente, como el protagonista de Carros de Fuego, con zancada amplia y elegante. En un abrir y cerrar de ojos, lo habíamos perdido de vista.
Al poco, vimos subir en dirección contraria un camión de bomberos precedido por dos motoristas de la Guardia Civil. Un pelín más tarde, nuestro compañero de viaje regresaba hacia nosotros, golpeando con las manos las puertas de los coches detenidos e invitándolos a desplazarse hacia el arcén para facilitar el paso del camión de bomberos, como si de un Moisés moderno abriendo los mares se tratara. Todo ello bajo un sol abrasador de no menos de 30ºC.
Al final, resultó tratarse de un coche que había ardido, afortunadamente, sin ocupantes dentro.
Pero nos permitió comprobar que, en ocasiones, quien menos esperas puede convertirse en el héroe de la historia.
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