A última hora me dieron libre el día de Navidad en el trabajo. Todos los trenes estaban completos, así que reservé un Blablacar. No se lo dije a nadie; no podía decírselo a nadie. A mi madre le habría dado un jamacuco. No le gusta Blablacar, Dice que puede ser peligroso y, a decir verdad, a mí también me daba miedo. No conocía de nada al conductor. Podía ser una persona normal yendo a Cádiz a pasar las fiestas o un psicópata que usaba la app para conseguir a su próxima víctima. Pero no tenía otra opción.
Cuando llegué al punto de recogida, todo parecía normal. Me subí al asiento de atrás, conversamos un poco y me comentó que recogeríamos a otro chico antes de salir de Madrid. Me puse los auriculares para evitar conversar y le mandé un mensaje a mi madre diciéndole que ya iba de camino en el “tren”. Eran las 16:10, pero el cielo estaba oscuro. Había llovido mucho estos días. De repente, me percaté de que nos habíamos salido de la autopista. Íbamos por una carretera secundaria. No había ningún coche en la carretera, estaba desierta. Algo extraño para ser 24 de diciembre. Recordé al chico que íbamos a recoger antes de salir de Madrid y le pregunté al conductor. No respondió. Ni siquiera se inmutó. Algo iba mal. Todo se estaba volviendo muy extraño. ¿Y si era un asesino en serie y me llevaba a una cabaña en mitad del bosque, alejada de todo, para descuartizarme y vender mis órganos?
El corazón se me aceleró como si estuviera en una película de terror. Volví a preguntarle, con voz temblorosa y más alto, por si no me había escuchado la primera vez. Apenas pude terminar la frase cuando el coche pegó un frenazo en seco. La radio se encendió de golpe y comenzó a sonar una canción de cuna. El corazón se me iba a salir del pecho. No podía casi respirar. La música se transformó en un pitido agudo y estridente. Me tapé los oídos. Quería gritar y moverme, pero el miedo me había paralizado.
Entonces, desperté.
El conductor, que iba hablando con el otro pasajero, me vio por el retrovisor y dijo: “¡Buenos días! Vaya siestecita te has pegado. ¡Ya estamos llegando!”. Sí, me había dormido. Todo había sido una pesadilla espantosa, una pesadilla que se había aprovechado de los prejuicios de mi madre (y de los míos) sobre Blablacar.
OPINIONES Y COMENTARIOS