Nunca había usado BlaBlaCar. No sabía si me tocaría un compañero que hablara demasiado o alguien tan callado como yo. Pero ahí estaba, de camino a Madrid, con tres desconocidos y un maletero lleno de maletas y mochilas.
Nuestro conductor era Iker, un tipo con barba y gafas de sol que se las daba de DJ. A su lado, en el asiento del copiloto, iba un chico cuyo nombre no recuerdo, pero que desde el principio se mostraba bastante simpático. Iker subió el volumen en cuanto arrancamos, y comenzaron a sonar los clásicos del pop español. A mi lado, Ana, una chica que parecía seria al principio, tarareaba sin mucho ánimo hasta que Iker y el chico del asiento delantero empezaron a desafinar. ¡Y ahí explotamos todos! Ana y yo nos sumamos al coro improvisado, y la risa se volvió la banda sonora del viaje.
Ya estábamos todos tan cómodos que Ana soltó, entre risas:
—¿Y quién ha tenido el peor viaje en coche?
Ahí fue cuando Iker confesó que había subido a una señora y su gallina… ¡Sí, una gallina! Todos reímos a carcajadas al imaginarlo esquivando plumas mientras conducía. Entonces, el chico del asiento delantero contó sobre un pasajero que se había empeñado en recitarle poemas de amor durante todo el viaje.
El camino pasó entre historias y risas, y de repente noté que estábamos llegando a Madrid. Habíamos cruzado kilómetros entre canciones, anécdotas y confidencias. Y lo mejor de todo, nos habíamos convertido en amigos por unas horas.
Cuando nos despedimos, Ana y yo intercambiamos números de teléfono, Iker prometió avisar la próxima vez que tuviera un trayecto, y el chico del asiento delantero propuso crear un grupo de WhatsApp. En ese momento, me di cuenta de que el viaje había sido algo más que un trayecto compartido: era la magia de conocer a personas que, por unas horas, sentí como viejos amigos.
Puede que todos volviéramos a nuestras vidas, pero ya sabía una cosa: en cada viaje compartido, siempre habría kilómetros de historias y de risas esperando por nosotros.
OPINIONES Y COMENTARIOS