Axel me recogió cerca de casa. Era miércoles y llovía. En Bruselas siempre llueve.
Estudiaba segundo de medicina, compartía piso con una tailandesa y un gato egipcio. Era su primera vez compartiendo coche.
Por el camino hablamos de todo y nada. Él se reía de mi francés atragantado; yo le enseñaba los básicos del español (insultos).
Pasadas unas horas paramos a repostar. Yo esperaba en el coche, cuando Axel salió corriendo de la tienda, calado hasta los huesos. Montó a toda prisa. Salimos “chillando rueda”.
“No preguntes”, dijo. Y no pregunté.
Me despedí de Axel en Metz. Una despedida algo seca, si me preguntáis.
Allí me uní a los Mérieux, dos hermanos siameses con quienes compartiría autocaravana hasta Lyon. Eran circenses. Actuaban allí pronto.
Florian manejaba el volante; Max, freno y acelerador. Florian los intermitentes; Max, las marchas. Florian los espejos laterales; Max, el retrovisor central. A mí me encargaron la música. Nos entendimos al ritmo de Queen.
A mitad de camino creí escuchar arañazos. Algo después, golpes secos que venían del armario.
Faltaba media hora para llegar, cuando escuché ¿UN RUGIDO?
“No preguntes”, me dijeron. Y yo, no pregunté.
En Lyon, Claire canceló el viaje en el último momento. ¡Que tenía una plaga de langostas en casa! Sonaba demasiado apocalíptico. Decidí no preguntar.
Por suerte, Cécile iba a visitar a sus abuelos, y aceptó mi solicitud al instante.
En aquel Ford Ka íbamos Cécile, Marie y yo, que me llamo María. Os podéis imaginar, con cada pregunta de Cécile: “¿has dicho Marie o María?”, “¿Marie?”, “¿María?”. Al final, contestábamos las dos.
Los abuelos de Cécile vivían en Andorra. Se encargaban, según la nieta, de poner en hora el reloj solar de los Lagos de Tristaina.
“Cada día – nos dijo – cada día, mi abuelo sujeta la base y mi abuela coloca la aguja”.
Marie y yo nos miramos extrañadas.
“No preguntéis”, dijo Cécile. Y no preguntamos.
En Andorra cogía mi último “Blabla”. Había quedado con Elsa en la estación. Un Golf blanco. Como llamarse María Sánchez, vaya. ¿Será ese? ¿Y ese? Tampoco. Ese no parece… Casi se va sin mí, por no preguntar.
Yo, a todo esto, iba de camino a Zaragoza, a un concierto de Bunbury. Mi padre, un fanático. Me reencontraba con la familia después de un tiempo.
Al llegar todo eran abrazos, besos, alegría.
“Bueno, ¿qué tal el viaje?”, preguntó mi madre.
“Mejor no preguntes”.
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