El viaje de Juan Herrera

El viaje de Juan Herrera

GALAEXPO

22/10/2024

A Jorge ya le olía mal el asunto desde que el viejo subió al coche. Pueblo perdido, niebla espesa, y encima, el tipo iba cargado con una maleta vieja que parecía haber sobrevivido más batallas que él. “Al cementerio de la capital”, había dicho sin dar más detalles. Jorge no era de preguntar, pero aquello le daba mala espina.

—¿Visita familiar? —preguntó, por rellenar el silencio incómodo.

—No exactamente —respondió el hombre, mirando por la ventanilla.

Perfecto, un críptico. Eso le faltaba. Aceleró por la carretera comarcal mientras el tipo seguía abrazado a su maleta como si fuera oro. La radio, para distraerse, hablaba de una vieja leyenda local: “Hoy se cumplen cincuenta años de la muerte de Juan Herrera, un hombre que falleció trágicamente en la curva de La Morera…”

Jorge levantó la ceja. La curva de La Morera. Justo hacia allí se dirigían. Miró de reojo al viejo. La coincidencia le pareció, como mínimo, siniestra.

—¿Cómo dijo que se llamaba?

—Juan Herrera.

El coche casi se salió de la carretera. Jorge clavó los frenos, el motor rugió, y el pasajero apenas se inmutó.

—¿Qué pasa, chico? ¿No puedes frenar con más suavidad?

—¿Cómo que Juan Herrera? —dijo Jorge, tratando de mantener la compostura—. ¡Usted… está muerto!

El viejo lo miró, enarcando una ceja con fastidio.

—Vamos, hombre. No me salgas con tonterías de fantasmas. Que me llamo igual, nada más. Fue mi abuelo el que palmó en esa curva.

Jorge soltó un resoplido, pero aún no estaba convencido. Demasiada coincidencia.

—Y dime, ¿tu abuelo murió con esa maleta?

El viejo lanzó una carcajada ronca, como si no hubiera escuchado una mejor en años.

—¡Esta maleta tiene más años que yo! —rio, palmeándola—. Pero tranquilo, no lleva muertos dentro, solo mis calzoncillos.

Jorge bufó, entre nervioso y molesto. Arrancó el coche de nuevo, con las manos aún temblando. Había sido un susto de campeonato, pero al menos el abuelo Juan no iba a levantar cabeza de su tumba. O eso esperaba.

—Maldita sea, la próxima vez llevo perros, no gente rara —murmuró Jorge, mientras el viejo seguía riendo, ajeno a todo.

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