La ciudad sin sol ni luna

La ciudad sin sol ni luna

Antonio Rubio

23/10/2024

Me despedí de papá y mamá y me dirigí al Passat azul que acababa de aparcar en la parada del bus. Rosa me ayudó a meter la maleta en aquel coche que me llevaría lejos de casa por tiempo indefinido, a una ciudad en la que, según los numerosos sueños que me habían asediado durante la última semana, no había ni sol ni luna. Éramos cuatro dentro de aquel Volkswagen que a mí me pareció una galera. Dos de los pasajeros empezábamos la travesía, mientras que la otra mitad ya remaba desde hacía una hora y media. Me ofrecieron una conversación que mi timidez natural, unida a la debilidad emocional en la que me sumía mi partida, me impidió rechazar. Todos habían estado ya en mi futuro hogar y hablaban de su oscuridad, esa que a mí me aterrorizaba pero que, por algún motivo, ellos habían aprendido a amar. Me hablaron durante todo el viaje de las posibilidades y ventajas que ofrecía aquel lugar con su noche eterna y cuando salimos del túnel que separaba ambos mundos mis ojos ya se habían acostumbrado a las tinieblas. Echaba de menos mi casa, sí, pero ansiaba bajar del coche y recorrer mi nueva ciudad. La espera llegó incluso a hacerse larga, pero por fin me planté con mi gran maleta y mi mochila frente al invisible laberinto de calles y edificios que formarían la estructura de mi rutina durante los próximos años. Empecé a caminar y me sorprendió sentir que los pies se movían solos. Mi cuerpo avanzaba con ganas a través de la oscuridad sin ver nada, sin chocar.

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