Cada año, Jhoony, Kevin y yo celebrábamos el cumpleaños de Mauricio un amigo de colegio, en su casa. Era una tradición que nunca fallaba: comida, apuestas con bebidas y horas jugando PC, Dota, Star craft o algún nuevo juego que Mauricio nos enseñaba. La mesa siempre estaba llena de vasos en forma de calaveras, hechos de un plástico transparente que resaltaba bajo las luces dándole un toque menos nerd. Esa noche, nos encontramos por casualidad con Cristian también compañero de colegio que no solía hablar mucho con nosotros, quien nunca se unía a nuestras reuniones, apareció con su whisky y una cajetilla de cigarros baratos. Verlo tan animado y luego de una película de Thor poco memorable, salvó por el trago que mostraron, el submarino, se unió a nuestros disparates.
Tras horas de juegos y tragos en los característicos vasos de calaveras decolorados de Mauricio, estábamos listos para regresar. Dado que mauricio se durmió encima del teclado. Pedimos un taxi, pero el conductor nos miró con desconfianza, como si fuéramos a causar problemas. «Bro, no pasa nada», dijo Kevin, despreocupado como siempre. Jhoony añadió: «No estamos tan mal, pagaremos» ocultando nuestra obvia falta de coherencia. Cristian apenas podía articular palabra y yo, que llevaba una botella escondida que en realidad tome «prestada», le ofrecí un trago al taxista, con el propósito se suavizar el ambiente. Para nuestra sorpresa acepto y lo que debía ser un simple viaje a casa, se convirtió en una anécdota. Terminamos en la plaza principal, donde había una manifestación que no recuerdo. Entre charlas y tragos, conversamos con algunos huelguistas con los que compartimos nuestro jarabe mágico ,para ayudarles a sobrellevar la noche helada. Las horas pasaron rápidamente, entre risas e ideas marxistas con completos desconocidos. Amanecimos en la parada del sindicato, aún dentro del taxi. Desperté a mis amigos, y el taxista dormía junto a nosotros por suerte. Aunque habíamos intentado volver a casa, una simple idea cambio ese destino. Las carcajadas como el dolor de cabeza fueron inevitables. Pasa el tiempo y aún alguien se acuerda algún detalle más de esa noche, me preguntó cuál será lo siguiente que recuerde. Cristian no aprendió a fumar y tengo su encendedor.
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