Lo reconocí en cuando doblé la esquina. Allí estaba él. Hacía un
par de meses que no viajábamos juntos y ya, al detener mi coche a su
lado, lo noté cambiado. Nos miramos y me sonrió. Pero esta vez, su
sonrisa era diferente, esta vez iluminaba su rostro.
¡Cuánto tiempo!, – nos dijimos al unísono.-
No
hizo falta ni salir del pueblo para ponernos a hablar con la
confianza de siempre, a pesar del tiempo transcurrido desde la última
vez.
-Te veo cambiado,- le dije, ya metidos en harina.
-¡Estoy cambiado!- me contestó-. Ya está hecho. Ya firmé los
papeles del divorcio y está todo en marcha. Ella ya no está.
-¿Y
cómo estás? – le pregunté.
-¿Ahora? – me miró.- Fenomenal. ¡Ni yo mismo me lo creo!
Lo
miré de refilón, sin perder de vista la carretera. Nada que ver con
aquel pasajero que meses atrás me contaba, muy hundido, cómo su
matrimonio se había ido a pique.
Habíamos
ido coincidiendo en el tiempo, de una manera más o menos espaciada,
durante varios meses. Y durante este tiempo, nos habíamos convertido en
algo más que un mero pasajero y un mero conductor. Surgió entre
nosotros una estrecha amistad, quiero pensar. Al menos, esa intimidad
que se genera cuando conoces a alguien con el que, sin estar en tu
vida, pasa a estarlo durante cortos espacios de tiempo en los que se
puede hablar. Y con ese tipo de personas con las que se puede hablar.
Sabía
lo mal que lo había pasado. Viaje tras viaje, había ido escuchando
su historia durante aquel período tan complicado: aquella primera
conversación, crucial, con su mujer, y cómo su mundo se desgarró
al darse cuenta que todo estaba acabado, y que era irrecuperable; el
posterior infierno de tener que tomar la decisión de separarse,
angustiado por sus hijas…, y la degradación personal que todo
aquello le supuso.
-Además, vuelvo a estar ilusionado.- dijo, risueño.
-¿Y
eso? – le pregunté curioso.
-¿Te acuerdas de ella?
Lo
supe al instante. La chica que compartió con nosotros, de forma
puntual, el último viaje. Pasajeros con los que sólo viajas una
vez. Pero para él fue suficiente.
-Estamos hablando… ¡Quién sabe! – indicó esperanzado.
-¡Quién sabe! – repetí.
Y
seguimos hablando. Como siempre.
(En
recuerdo a los múltiples pasajeros que tanto me han acompañado en
mi camino, y a especialmente esa chica…).
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