El viaje parecía ser simple aunque un poco largo, Burgos-Murcia en Blablacar. Seis horas y media, una playlist tranquila, y algún que otro a «‘¿A que te dedicas?». Pero lo que no esperaba era que ese coche fuese una especie de zoológico rodante.
Cuando llegué al punto de encuentro, vi un Nissan x-trail lleno hasta los topes de los que parecían jaulas llenas de pájaros. Me acerqué con un poco de miedo, y ahí estaba el conductor: un hombre llamado Félix, que llevaba un loro en el hombro y un chaleco con muchos bolsillos. «¡Hola! Él es Paco»», dijo, señalando al loro. *Pero no te preocupes, es muy educado… bueno, casi siempre».
Subí al coche y me encontré con otra pasajera mas: una chica que viajaba con un conejo en brazos.. El coche olía a heno, zanahorias y…algo que no quise saber más. En cuanto el coche arrancó, el loro Paco comenzó con su repertorio. «Acelera, acelera!» gritaba, mientras Félix le respondía Paco, ya vamos rápido, calla»»
– Para colmo, el conejo decidió que el reposabrazos
era el mejor lugar para dejar «regalos»» que la dueña recogía de vez en cuando con cara de disculpa.
El resto del viaje fue una mezcla de conversaciones interrumpidas por los «ronc»» y acelera, acelera»* del loro, los «pío»» de los pájaros y el conejo corriendo de un lado al otro del coche como si fuese una pista de atletismo personal.¡Menuda locura! Al llegar a Murcia, no sabia si reír o pedir ayuda psicológica del viaje que había tenido…
Cuando bajé del coche, Félix me despidió alegremente: Hasta la próxima, y que no te hayas asustado demasiado!»
Sonreí y me marché. No había deseado tanto caminar por calles llenas
de humanos como ese día.
Y por supuesto, no volví a subir en un Blablacar con mas animales que personas y desde entonces soy yo el que lleva a la gente.
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