Ella se inclinó para abrir, la blusa cedió mostrando una franja de satén, el muchacho resopló, acababa de empalmarse con una mujer que podría ser su abuela. Se acomodó a su lado. Arrancaron. Comenzó una canción sobre un gato que estaba triste y azul. Atravesaban un campo de pitahayas rojas, el olor a fruta invadía el mundo. Un hombre pasaba una gamuza por el morro de un tractor como si fuera un Ferrari. Ella dijo que cogiese una chocolatina de la guantera y le pusiera una onza en los labios. Al muchacho le sorprendió tanta confianza, pero el encargo resultaba coherente, tras cumplirlo le preguntó el nombre. Ella respondió que María Magdalena. Él, por inercia, improvisó el de un conocido: Salvador.

─Curioso, ¿sabías que la compañera del Salvador era María Magdalena y el Divino Boy la besaba frecuentemente en la boca?

Él decidió cambiar de conversación y se interesó por el trabajo. María contestó que se dedicaba al más antiguo del mundo.

─¿Cazar mamuts?

ꟷEl otro.

ꟷ¿Llegar a acuerdos?

─Tampoco, me dedico a inventar iglesias.

El muchacho levantó las cejas, opinaba que aquel asunto parecía estar de capa caída. María frenó, acababan de llegar a un cruce. Miró a ambos lados, como si estuviera sitiada, salió quemando embrague, y contestó que funcionaría mientras siguiésemos muriéndonos, algo para lo que servíamos todos, aunque llegado el momento, algunos lo aceptaban, pero otros, ni arrastrándolos siquiera. El bisnes siempre estaría en los otros. Solo se trataba de seguir inventado cuentos que paliaran tanto miedo.

─Quizás tengas razón ─dijo el muchacho.

Y partió una onza y se la comió. María dijo que se fijara en lo que acababa de hacer.

─¿Comer chocolate?

─Llenarte. Casi todos estáis vacíos, unos llenan ese vacío con Dios y otros con chocolate o ginebra.

─Ya, y los que estáis llenos os dedicáis a que no nos falten ni Dios ni ginebra a los que estamos vacíos.

─¿Tú quién eres? ¿El filósofo del autostop?

El muchacho se encogió de hombros, aquella mujer tenía los labios rojos y crueles de una cantante de blues. Se preguntó si merecería la pena morderlos y a ella si le apetecía más chocolate. Lo hizo en voz queda, parecía un aprendiz de ventrílocuo o un hombre a punto de eyacular. María abrió de nuevo la caverna de su boca. Roberto Carlos confesó que el gato que estuvo triste y azul, ahora, estaba en la oscuridad.

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