El cosmonauta Iván, mi compañero de cientos de aventuras, me indicó por radio la pronta llegada del transbordador. Alisté mi equipo y mis armas, debíamos estar preparados para cualquier contingencia. Por la pantalla nueve pude ver el amarizaje del colosal navío, los motores rugientes con su brillo colapsaron la pantalla por un momento. Aseguré mi casco y salimos expulsados por las compuertas, esperando que el impulso nos llevara al encuentro de la nave alienígena. Logramos traspasar las escotillas sin novedad, y nos adentrarnos en esa maraña de artefactos y tecnologías de otro mundo. El piloto era el capitán Hurtan, que soberbio en su conducción, despegó nuevamente para llevarnos a nuestro destino. Cuando cruzábamos la constelación de Perseo, tomamos a dos nuevos pasajeros, de una especie que no me era familiar. Ambas eran hembras, la menor de ellas se comunicó conmigo en un lenguaje extraño. El traductor universal de mi brazalete vulcano, me ayudó a comprender que su nombre era Zeta415, una sobreviviente de las guerras tecnológicas. Viajaban al mismo planeta al que Iván y yo nos dirigíamos, una distancia de nueve mil años luz, por lo que Iván me recomendó que tomara un sueño criogénico. Pero Zeta seguía comunicándose, y al traductor se le terminaba la batería, por lo que tuve que aprender el extraño lenguaje en menos de media hora. Me mostró unos mapas estelares de su sistema, y las imágenes de sus compañeros de su academia espacial, fingí interés pues era la hija de una alta funcionaria federativa, y podría ser el caso que, por enfadarla, se desate otra gran guerra interplanetaria. Solo para fastidiarla de vuelta, le mostré en la pantalla de mi pulsera, las imágenes de mis naves de guerra, y de mis camaradas de la tropa selenita. Pero a todo lo que yo le contaba acerca de mi importante misión cósmica, ella respondía con suma incredulidad, por lo que me di cuenta que no era de muchas luces. Al terminar el viaje ella me dio su ubicación planetaria, junto con una invitación a su cumpleaños número ocho millones, que era en dos días. Sospeché que, en realidad solo quería sacarme información acerca de mis próximas misiones secretas y en forma lamentable, mi comandante Iván que nos escuchaba, sin preguntarme autorizó mi nueva travesía. Quise reclamarle, pero accedí pues temí mucho perderme un rico pastel de chocolate, y como comprenderán, eso estaba muy en contra de todos mis principios galácticos.
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