La sonrisa que nos unió

La sonrisa que nos unió

El gran día había llegado: un viaje a Barcelona en el que finalmente recibiría el trasplante de hígado que prometía resolver todos mis problemas.

Desperté antes del amanecer con el frío otoñal de Madrid, y partí hacia el punto de encuentro del BlaBlaCar, nerviosa pero decidida. Al subir al coche, saludé a Adrián, el conductor, y al pasajero en el asiento delantero.

José, el chico, no paraba de hablar, como si hubiera tomado cinco cafés. Sus ocurrencias me mantuvieron entretenida hasta que, finalmente, el cansancio me venció y caí en un profundo sueño.

Desperté confusa y, entrecerrando los ojos, noté a una joven sentada en el asiento opuesto. Ella me sonrió con una de esas sonrisas que iluminan todo a su alrededor, y, por un instante, el peso de mis preocupaciones por el trasplante se disipó. La paz que me transmitió me hizo creer que todo saldría bien. Volví a cerrar los ojos, dejándome envolver por el sueño una vez más.

Cuando desperté de nuevo miré a la derecha, pero la joven había desaparecido. Pregunté inquieta:

—¿La chica se bajó antes?

José, me miró como si yo hubiera mencionado a un extraterrestre.

—¿Qué chica?

—Una de cabello oscuro, ojos claros y una sonrisa encantadora —respondí.

Hubo un silencio.

—Era mi hermana; falleció hace años —dijo Adrián, observando expectante nuestra reacción.

José se alteró al instante.

—¿Qué?! ¿Viste un fantasma? ¡No, qué miedo! Yo me bajo, ¡me bajo!

—¡Tranquilo! —le dije, preocupada—. Quizás fue mi imaginación.

—No, ella decide aparecer en ocasiones importantes —dijo Adrián riendo.

Lo miré por el retrovisor y no pude evitar sorprenderme al ver la coincidencia: ¡tenían la misma sonrisa!

El resto del trayecto se convirtió en una terapia de grupo improvisada. Les conté sobre mi operación y la paz que me transmitió aquella sonrisa. Poco a poco, nos conectamos, riendo y compartiendo historias. José era un narrador nato, mientras Adrián se transformaba en el confidente amable que todos necesitamos.

Así que, para quienes quieran saber cómo terminó esta historia: la operación fue un éxito y, desde entonces, Adrián, José y yo mantenemos el contacto. Cada par de meses nos reunimos en un café, recordando aquel viaje loco en el BlaBlaCar, donde aquella aparición me brindó la paz que necesitaba y donde José aprendió a no temer a los fantasmas. ¡La vida nunca deja de sorprender!

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