Aquella tarde de marzo, el cielo estaba gris y el viento helado. Subí al coche con pereza, sin imaginar que ese trayecto por la Sierra de Guadarrama sería una aventura para recordar.
Laura iba al volante, con esa sonrisa que te dice «esto va a ser divertido». Era comercial de una agencia de viajes, y en cuanto nos miró a través del retrovisor soltó: «¡Vamos a la aventura!». En el asiento del copiloto estaba Juan, un estudiante de seminario en camino a un retiro espiritual, muy serio al principio. Y atrás, conmigo, estaba Álvaro, un friki de Warhammer con un maletín de miniaturas que iba a un torneo.
Al principio, cada uno iba en su burbuja, pero conforme los kilómetros pasaban, empezamos a conectar. Laura contaba historias de sus viajes increíbles. Juan, que al principio estaba callado, empezó a hablar de sus dudas sobre el sacerdocio. Y Álvaro, emocionado como un niño, nos explicaba las estrategias de Warhammer y nos enseñaba sus miniaturas con un orgullo que no tenía desperdicio.
A mitad de camino, nos encontramos con un problema: un desprendimiento de rocas bloqueaba la carretera de montaña. No nos quedó otra que parar y esperar a que llegara ayuda. Laura, siempre preparada, sacó unas galletas (¡bendita sea!) y Álvaro, ni corto ni perezoso, sacó sus figuritas y se puso a enseñarnos cada detalle mientras Juan leía un pasaje de la Biblia sobre la paciencia. Fue un momento surrealista, pero también muy especial.
Cuando por fin despejaron la carretera y seguimos adelante, el resto del viaje se sintió como si fuéramos amigos de toda la vida. Álvaro nos invitó a jugar Warhammer algún día, Laura prometió descuentos si queríamos viajar, y Juan sonreía diciendo que todo tenía un propósito y que nada era casualidad.
Llegamos al destino al atardecer. Antes de despedirnos, Juan miró a Laura y dijo que, después de ese viaje, quizá el sacerdocio no era lo suyo; quería explorar el mundo, como ella. Álvaro, sorprendido, dijo que nunca había pensado en la espiritualidad, pero que quizá debía darle una oportunidad. Laura, por su parte, confesó que siempre había querido aprender a jugar a Warhammer, pero nunca se había animado. Intercambiaron números, y yo supe que ese viaje había sido mucho más que un simple trayecto: había cambiado nuestras vidas de una manera que ninguno esperaba.
¿Y yo? Fue entonces cuando decidí hacerme chófer.
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