Alex y Cloe subieron al coche con la incertidumbre que siempre acompaña a los viajes con desconocidos. Era una pequeña furgoneta que tenía pinta de haber vivido demasiadas aventuras. Delante, una mujer con gafas de sol extravagantes y un sombrero de paja estaba sentada en el asiento del conductor. A su lado, un tipo con la mirada perdida, completamente absorto en su móvil.
—Hola, soy Cloe, él es Alex —dijo con una sonrisa mientras se acomodaban en los asientos traseros. La conductora les devolvió la sonrisa, el otro pasajero levantó la vista del móvil mientras asentía.
—Soy Gina —dijo la conductora, con un tono que intentaba ser entusiasta—. Y él es… bueno, en realidad, nunca me dijo su nombre.
—Soy Javi —respondió el tipo del móvil, sin mucho entusiasmo.
El coche arrancó, el ambiente era tan incómodo como esperaban al subir. Alex miraba por la ventanilla, y Cloe, que siempre se hacía amiga de todo el mundo, intentó romper el hielo.
—¿A dónde vais? —preguntó.
—A un retiro de meditación en el campo —dijo Gina—. Hace tiempo que necesitaba desconectar de mi caos personal. Ya sabéis, mal de amores.
—Yo voy a una fiesta de antiguos alumnos —dijo Javi sin despegar los ojos del móvil—. La verdad es que no me apetece nada. Mis padres me han obligado a ir.
Cloe intentó no reírse. El contraste entre los destinos de los dos pasajeros era abismal. Gina parecía necesitar desconectar de un relación fallida, mientras que Javi simplemente buscaba sobrevivir a tener que socializar obligatoriamente.
—¿Y vosotros? —preguntó Gina, ajustándose el sombrero.
—Vamos a la boda de un amigo —respondió Alex—. Nos toca hacer de fotógrafos improvisados.
—Suena divertido —dijo Gina, mientras hacía que se balancearan en sus asientos por tomar la curva muy rápido.
—¡Cuidado con la curva! —gritó Javi, visiblemente incómodo.
—Perdón, perdón, confieso que soy una pésima conductora —admitió Gina—. En realidad no suelo conducir, pero no me ha quedado más remedio.
Alex y Cloe se miraron, luchando por contener la risa. El viaje prometía ser largo, y cuanto más hablaban, más absurda era la situación. Javi seguía pegado a su móvil, mientras Gina intentaba meditar en cada semáforo, cerrando los ojos y respirando hondo. Al final, ambos soltaron una carcajada inevitable mientras se miraban.
—Muy buena idea la tuya, esto de compartir coche, Cloe. Creo que este va a ser un viaje inolvidable —susurró Alex.
—Y apenas acaba de empezar —respondió ella, riendo.
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