Estamos a finales de octubre y el día ha empezado bien. El tiempo es caluroso a pesar del

viento poco habitual. Todavía podemos disfrutar del sol, que se bate en duelo con el viento. El

primero hace todo por calentar el mundo con sus rayos, mientras que el segundo se lo pone difícil.

Pero, como cada día, el sol está condenado a perder durante algunas horas.

Cargo el coche luchando contra el viento que me impide progresar como de costumbre, que

se lleva mis maletas cuando sopla y que cierra las puertas del coche de un golpe. Por fin, todo está

listo.

Mi viaje durará horas. En el trayecto, tendré que parar para recoger al pasajero con el que

voy a compartir el coche: una chica que me acompañará durante la mitad del camino. Espero que

sea una buena compañía, porque el viaje no es agradable, pues el sol termina por desaparecer y

perder su lucha contra el viento, dejándole la Tierra a éste, que no pierde su poder. Encima, entre los

bosques, las ráfagas me obligan a luchar para mantener el control del coche.

He recogido a la chica. Tiene el pelo muy negro, y la piel muy blanca, pero esta bellísima en

su linda falda blanca. Sin embargo, no habla mucho, solo algunas palabras. Le pregunto de dónde

viene, el motivo de su viaje, su edad… Intercambio por mera cortesía. Pero, sus respuestas son

evasivas: viene de un lugar que no puedo conocer, viaja porque tiene algo pendiente, y su edad no

importa. Se queda callada.

Callada, pero, al mismo tiempo se pone nerviosa. Conforme los kilómetros se suceden, mira

más intensamente a los lados de la carretera, como si buscara algo, quizás el camino a una casa que

hubiera conocido de pequeña. Pero, en este bosque, en la obscuridad de la noche, era una tarea tan

difícil como angustiosa para ella. Y el coche se balancea en el viento.

El coche se balancea, y de repente se balancea peligrosamente. Los neumáticos muerden la

hierba y la tierra del lado del arcén. La chica que va a mi lado se pone a gritar, pidiéndome que

tenga cuidado con el viento, con el giro, ¡con la hora! «¿La hora? ¿Por qué la hora?». Pero no me

responde. Ya no hay nadie. Es uno de noviembre, y es medianoche.

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