Giré a mano izquierda muy lentamente, tanto como si en esa curva compensara los diez minutos que llevaba de adelanto. Coches frenéticos me pasaban por ambos lados y pitaban y daban las luces. Estaba expectante, era mi primera vez.
Nada más parar llegó Lilith, ponía en la aplicación vestido rojo, cincuenta años, gran conversadora. A mí me pareció más mayor, con surcos profundos en la cara, su vestimenta era más oscura de la que esperaba, color cereza, con unos zapatos de punta y tacón fino que me recordaban a la bruja del oeste, muy acelerada en su dicción, con un tono alto y estruendoso.
Eba se acercó a nosotros con una sonrisa que parecía expandirse más allá de su cara, soy Eba con b, nos aclaraba, su caminar era firme, como si andara por un jardín otoñal y sus pies quedaran enterrados en un manto de hojas.
Casi a la vez se presentaba Adan, sin tilde, nos dijo, un rostro imberbe, gesto angelical y unos ojos azules en donde uno podría refugiarse en profundidad, sin saber si es mar o cielo.
Lilith rápidamente se puso de copilota, y detrás Eba y Adan. Dejábamos los últimos arrabales de la gran ciudad, se abrían a nuestra vista grandes superficies de tierra donde se alternaban colores ocres amarillos y verdes. Admiré solo por un segundo la capacidad de Lilith de sintetizar su vida en pocos minutos, su voz retumbaba en el habitáculo del coche y luego hacía un eco insoportable en mi cabeza, como si me atravesara una caña dentada.
Quedaban horas por delante y me fui acostumbrando a la voz inagotable y sin pausa de Lilith, mientras miraba a Eba y Adan por el espejo. Aunque no vi en ningún momento el movimiento de sus manos cada vez que miraba estaban más cerca, casi los dedos se tocaban. Se interrogaban con un gesto dulce. Era imposible captar ni una sola palabra, la taladradora que tenía al lado lo envolvía todo. Me imaginaba que ella le contaba un juego de su infancia, y él le hablaba de alguna escena terrible de sus padres, sus escuchas eran consoladoras. Parecían seres atemporales y fuera del mundo.
Llegamos al destino, otra gran urbe, Lilith se esfumó en la marabunta, Adan y Eba se fueron juntos, sus caderas se tocaban en un caminar acompasado que parecía un baile. Detrás en el asiento una manzana con dos mordidas.
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