Subí al coche en Madrid a una señora de 82 años, había contactado conmigo su hija, obviamente le dije que no se preocupara que a su madre la dejaba en la puerta de su destino como dejaría a la mía. Se sentó delante para su comodidad y comenzamos a hablar porque la señora estaba encantada con la experiencia de viajar con extraños. Detrás iban “las niñas”, como las llamaba ella, una criminóloga de pelo azul y una estudiante de maquillaje de muertos (tanatoesteta) peruana criada en Vigo, dormitó medio viaje y el otro medio lo pasó escuchando con atención lo que nos contó la señora.

Resulta que la mujer se casó con 26 años, muy tarde para su época, con prisas, con el capitán del ejercito más guapo y elegante del mundo, mayor que ella, con el que estuvo sólo ocho meses de novios y muchos de casados. Tuvieron cuatro hijos y ella era muy feliz porque el capitán era un hombre muy bueno que la quería mucho, pero una enfermedad se lo llevó y ella se quedó sola con los cuatro.

 El ejercito se portó estupendamente con ella y nunca le faltó de nada, pero un día conoció a un hombre del que se enamoró profundamente, tanto que nos confesó que se dio cuenta de que ella había querido mucho a su capitán pero nunca había estado enamorada de él, pese a que ella estaba segura de que sí lo había estado, que era otra clase de amor, porque el enamoramiento verdadero lo descubrió de viuda y con cuatro niños en el mundo. Aquel nuevo hombre parece que la volvió loca, que tocó todas sus teclas, que la llenaba de verdad con alegría y amor del potente.

Cuando dijo esto, se escuchó un suspiro empático y colectivo en el coche.

-¿Qué pasó luego?

La señora silenció un momento la situación y mirando a los campos amarillos infinitos de trigo que hay llegando a Benavente, murmuró apenada, pero firme.

-Resultó ser un cabrón.

Casi paro el coche, quería abrazarla, las chicas sintieron lo mismo y lanzaron sus manos a acariciar su hombro, ella las besó, apretándoselas cariñosamente, con un gesto no verbal, les avisó que tengan mucho cuidado con el amor, que a veces duele, y mucho.

Les puse la bulería del desenamoro de «Tomasa la Macanita», no la conocían, les encantó, y comenzaron a contar historias la criminóloga y la tanatoesteta.

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