Un Viaje Compartido, redescubriendo lo Rural

Un Viaje Compartido, redescubriendo lo Rural

Era una mañana clara de otoño, el tipo de día en que el aire frío del amanecer choca con los primeros rayos de sol para crear una atmósfera llena de vida. Había quedado en la plaza del pequeño pueblo de Briñas para compartir coche con tres personas más hacia nuestro destino final: una pequeña localidad entre los Valles Alaveses y a la Cuadrilla de Añana, Kuartango, donde un festival rural nos esperaba «La Gran Kedada Rural». El transporte público no llegaba hasta allí, así que el coche compartido era nuestra única opción.

En cuanto subí al coche, me encontré con tres rostros desconocidos, pero sonrientes: Clara, una joven que vivía en un pueblo cercano y que trabajaba en una granja ecológica; Roberto, un profesor jubilado que aprovechaba cualquier oportunidad para escapar de la ciudad; y Marcos, un ingeniero que había decidido probar la vida rural.

Al principio, la conversación fue tímida, una típica charla de desconocidos. Comentamos el paisaje, las curvas del camino y la belleza del entorno rural, tan olvidado por quienes viven en la ciudad. Pero, conforme avanzábamos, la conversación se fue llenando de historias personales que nunca hubiéramos imaginado compartir.

Clara habló de cómo había dejado su trabajo en la ciudad para conectarse con la naturaleza. Cuidaba animales y trabajaba la tierra, algo que, según decía, la hacía sentirse en paz. Roberto, el profesor, nos contó sobre sus alumnos, muchos de ellos hijos de agricultores, y cómo su vocación había sido siempre enseñarles el valor de su entorno. Marcos, por su parte, confesó que estaba cansado del ritmo de vida urbano y que buscaba un nuevo propósito en los pueblos de la sierra.

A medida que el coche recorría los pequeños caminos entre montañas, sentí que no éramos solo viajeros compartiendo un vehículo, sino historias de búsqueda, de reconexión con lo sencillo. Al llegar a nuestro destino, el sol ya se había asentado alto en el cielo, iluminando los verdes y dorados campos que nos rodeaban. Nadie quería bajar del coche. Habíamos encontrado en ese viaje algo más que una forma de llegar al festival: habíamos redescubierto el valor de los pueblos, de los caminos tranquilos y del compañerismo inesperado.

Y es que, a veces, un simple viaje en coche compartido puede terminar siendo un viaje a lo profundo del alma rural.

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