El sol comenzaba a caer mientras el coche avanzaba por la serpenteante carretera que conectaba dos pequeños pueblos perdidos entre colinas. Al volante, Clara, una joven veterinaria que había decidido dejar la gran ciudad para vivir en el campo, conducía tranquila, acostumbrada ya al paisaje verde y a las curvas de montaña. A su lado, Fernando, un anciano que había solicitado el viaje a través de BlaBlaCar, contemplaba el horizonte con una sonrisa nostálgica.
—Esta ruta siempre me recuerda a mi juventud —dijo Fernando, rompiendo el silencio—. Hacía este trayecto en una moto que apenas arrancaba. Mi novia y yo cruzábamos estas montañas todos los fines de semana.
Clara sonrió. Le encantaba escuchar historias de los pasajeros que recogía en sus viajes. Cada uno traía consigo un pedazo de vida que dejaba huella, aunque fuera por unas pocas horas.
—¿Y qué pasó con ella? —preguntó con curiosidad.
Fernando se quedó en silencio por unos segundos, como si el viento que entraba por la ventana hubiera transportado su mente a otro tiempo. Finalmente respondió.
—La vida nos separó. Ella se fue a Madrid, yo me quedé aquí, cuidando la tierra. No había BlaBlaCar en aquellos tiempos, así que nos vimos cada vez menos, hasta que un día… simplemente dejamos de vernos.
Clara bajó la velocidad al entrar en un pequeño pueblo de casitas de piedra. El silencio invadió el coche. Fernando, que no había dejado de mirar por la ventana, añadió:
—Nunca me arrepentí de quedarme. Este lugar siempre fue mi hogar. Pero a veces me pregunto qué hubiera sido si… —se interrumpió con una leve carcajada—. Bah, cosas de viejos.
La veterinaria estacionó frente a la plaza del pueblo donde dejaría a Fernando. Ambos se despidieron con una sonrisa. Cuando Clara arrancó de nuevo, se encontró pensando en las decisiones que tomamos en la vida, en los caminos que recorremos y en los que dejamos atrás.
El trayecto continuó, pero aquella historia de amor perdido seguía acompañándola en el asiento del copiloto, como si Fernando nunca se hubiera bajado del coche.
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