Y allí me encontré, sin apenas haberlo pensado, confiando mi destino a la improvisación. Era la primera vez que viajaba en un coche compartido, pero fue la opción más efectiva dadas las circunstancias. Mi vecina de al lado me mensajeó alarmada porque salía un fuerte olor de mi piso, al que no iba desde que me cambié de cuidad hacía seis meses. El año empezó así, con un destierro, una ruptura y, ahora continuaba la racha con una nueva catástrofe. O quizá ese no fuera el orden, pero sí el resumen de las consecuencias por haberme tomado las uvas en Nochevieja. Nunca lo hacía y mi instinto me lo desaconsejó, pero me envalentoné y lo fastidié todo.
Hablaba sin resuello y mi compañero de viaje parecía no atender a mis palabras ni apreciar lo que todo aquello significaba, pero como parecía estar escuchando, continué charlando. Así que le conté que a mí, al contrario del resto de la gente, esa superstición de Nochevieja siempre me dio mala suerte. No quise mirarlo directamente ni comprobar su reacción ante mi comentario. Seguí con mi historia y le solté que al poco tiempo de aquello supe que mi pareja me había arruinado y que cuando se lo reproché, se justificó confesando que había invertido en una cartera de criptomonedas, un negocio seguro y rentable, aconsejado por un compañero muy bien informado y con contactos en el mundo financiero.
Se escuchó un incómodo carraspeo, momento que aproveché para añadir que, poco después, supe que la historia de ese “compañero” en nada se parecía a lo que le había contado. Ni estaba informado, ni tenía contactos con nadie. Solo seguía las retahílas de un charlatán en Instagram que se las daba de experto. Al captar su atención, le confesé que saber aquello provocó que mi pareja intentara taparlo con una mentira aún peor, asegurando que había duplicado la inversión, cuando la verdad era que me había dejado sin blanca.
El coche paró a repostar y todos los pasajeros bajamos. Al regresar, el conductor preguntó extrañado por mi compañero de travesía. Le dije recordar que tenía que coger otro Bla-Bla Car para llegar a su destino… aunque sorprendido, dio la explicación por buena. Nadie se percató de que yo tenía otros zapatos. Me había salpicado algo de sangre y no podía crear sospechas. Bastante tenía con el pestazo que descansaba en mi trastero desde hacía meses.
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