Hoy.
Aquel chico no buscaba amor, él solo quería volver a casa. Fue en el camino donde encontró lo que menos buscaba.
Aquel chico, muy normal y muy corriente, iba a Jaén. Aquella chica, la de los mil tatuajes, ni normal ni corriente, iba a Linares. Ella se llamaba Amor, María del Amor.
En ese coche había otro chico y otra chica; pero ninguno se dio cuenta de que las palabras que se intercambiaban los otros dos traerían consigo lo que sucedió después.
Agosto, Veinte.
Un chico normal y corriente empezó un viaje de BlaBlaCar en Torremolinos. A los 15 minutos, hizo una parada en el aeropuerto de la Costa del Sol. Allí, recogió a dos chicas y un chico.
Una de las dos chicas era especial: había tenido una infancia complicada: estancias en centros de menores y problemas familiares de esos que solo pasan en las películas. Por supuesto, el nivel de madurez de esta chica estaba por encima de la media, porque «la vida no se vuelve más difícil, tú te haces más fuerte».
Esta chica rubia, de cara estrecha y ojos achinados, tenía una afición por los tatuajes. Tenía al menos mil: varios en el pecho, muchos en los brazos, algunos en las piernas y uno en la cara.
Durante el viaje, la conversación entre el chico normal y la chica de los mil tatuajes nunca cesó. Hablaron de la vida, de Menorca, de viajes y de fiestas. Hablaron también de su pasado, del más reciente y del más oscuro. Luego hablaron de puestas de sol, de animales, de sus ex y de lo que comieron el día anterior.
Se pasaron el viaje intercambiando palabras y miradas a través del espejo interior de un coche que fue testigo de algo, aunque no sabía de qué.
Al llegar a Jaén, se despidieron a la luz de la luna. Una luna igual que la que ella tenía tatuada en el costado. Se despidieron como amigos de toda la vida, solo que para siempre, sin saber que volverían a verse.
Agosto, Veintidós.
El chico y la chica se volvieron a ver, porque dos horas no les sirvieron para conocerse lo suficiente. Ella tomó otro BlaBlaCar a Jaén y el chico la recogió en su coche, como el primer día. Esa tarde hablaron, mucho más de lo que habían hablado la otra vez. Pero esa noche no hablaron, no hizo falta.
Aquel chico no buscaba amor, no buscaba nada; pero la encontró a ella, encontró a Amor.
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