La necesidad aprieta, ¡y tanto que aprieta! Yo, una persona solitaria, silenciosa, introspectiva, que usa los viajes para conectar con aquellas cosas de sí misma que parecen escondidas, me vi obligada a cambiar la perspectiva con la que miraba los kilómetros en la carretera.
Dejé de conducir, y no por gusto, por obligación. Digamos que, cuando comienzas a perder la visión, a los médicos no les hace gracia que cojas un coche. Pero aquel día, en aquella furgoneta, los viajes parecieron cobrar un sentido que hasta ahora jamás me había planteado.
Recuerdo aquella suspicacia con la que me descargaba la famosa aplicación de viajes compartidos por primera vez y buscaba a alguien que me pudiera llevar hasta Córdoba. Leire parecía cuadrar con lo que necesitaba para viajar, lo que no sabía era que también cuadraba con lo que necesitaba para vivir.
En aquellas tres horas de viaje desde Cáceres sus palabras y amabilidad me hicieron recuperar la esperanza en el mundo, en la gente, aquella que perdí el mismo día que mi autonomía. Leire se implicó, se implicó muchísimo en describirme aquella puesta de sol, en contarme cómo era su Kombi, en conocerme más allá de conocer mi discapacidad… y me abrió una posibilidad que nunca nadie me había abierto: amistad sin compasión.
Quizá para alguien tres horas de viaje no sean más que un trámite para llegar al destino, pero para mí fueron el retorno a la vida en sociedad, esa vida que no sabía que echaba de menos hasta que compartí la carretera con ella.
Hoy, Leire sigue siendo uno de mis contactos más frecuentes en la agenda del móvil, pero no he parado de viajar por BlaBlaCar desde entonces. Y, aunque pensé que ella era la excepción, me di cuenta de que el mundo de los viajes compartidos estaba lleno de gente con historias increíbles por contar y lleno de personas que están dispuestas a llevarte a tu destino y a marcarte un poquito en el camino.
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