– Íbamos circulando por una carretera. Yo conducía, tú mirabas el paisaje en silencio. Era un paisaje verde. Era del norte, sin duda. Estaba oscureciendo y puse las luces. La carretera se había hecho más estrecha y también más solitaria. Hacía un rato que no nos cruzábamos con otros coches. Entonces, empezamos a perder velocidad, hasta que el coche se detuvo del todo. La carretera también. Quiero decir, que la carretera también moría en ese punto, en medio de la nada. Yo pensé la obviedad de que jamás hubieras podido llegar a ese destino si no hubieras contactado conmigo.
Había verde por todas partes. Los confines del paisaje se difuminaban entre la niebla. Entonces, tú bajaste del coche sin decir nada, con decisión pero sin prisa, como si todo estuviera previsto en un guion. Mirabas hacia el frente, dándome la espalda y estuviste un tiempo así… no sé, unos segundos, algún minuto quizá. De pronto, un pájaro blanco surgió como de la nada y empezó a revolotear cerca de ti. Tú extendiste un brazo y el pájaro se posó en el dorso de tu mano. Yo había bajado también del coche y lo observaba detrás de ti a un metro de distancia. El pájaro permaneció un instante y luego alzó el vuelo.
Te quedaste un momento mirando a un lugar indefinido en medio de la niebla por donde desapareció y después te volviste despacio hacia mí, esbozaste un mohín que no sabría cómo definir y dijiste: “Ellas sí saben lo que buscan”.
-¿Ellas?
-“Ellas”, dijiste.
-¿Y luego?
-Luego, el insistente sonido de un claxon me trajo de golpe a la cruda realidad…
-¿La cruda realidad?
-Eso es, cariño. Por cierto, ha vuelto a subir la gasolina.
OPINIONES Y COMENTARIOS