Llueve intensamente y espero. Un coche pasa rápido y levanta una oleada de salpicaduras empapando toda mi ropa. Y espero. Mi paraguas se dobla por un intenso viento. Y sigo esperando…
Un rayo cruza el cielo iluminando parcialmente todo y un segundo haz de luz me ciega brevemente; resulta ser lo que estaba aguardando: un coche solitario se para ante mí y una mano me indica que suba. Resignado y chorreando, me introduzco en el vehículo mojándolo todo.
-Perdone, he tenido una mala noche con grandes contratiempos -digo.
-No se preocupe, con lo que está cayendo lo raro sería que estuviera seco, le pongo la calefacción y verá qué pronto entra en calor.
-¡Ya viene la otra pasajera! Dice Jesús, el conductor al volante.
Sonrío y asiento, por fin ha dejado de llover. Miro a través de la ventanilla y al escuchar abrirse la puerta trasera de mi izquierda giro la cabeza. Lo primero que veo es una pierna esculpida por un escultor incólume sin imperfección.
Curiosamente, el cielo empieza a despejarse y unos cálidos rayos de sol se filtran por la ventanilla de mi nueva acompañante, resaltando su radiante cabello. Ella se gira hacía mí con una sonrisa…
-Hola, espero no haber tardado demasiado, la lluvia me ha hecho refugiarme algo lejos.
-No se preocupe, yo también he llegado ahora -digo con otra sonrisa.
Ella se tapa la boca intentando disimular unas risas.
-Claro, por eso está impoluto y se nota por su cara que no ha tenido ningún problema, ¡ja, ja, ja! Lo siento, no he podido remediarlo.
Mi gesto contrariado y estupefacto aún le hace más gracia y no deja de reír, hasta que consigue lo que ni yo mismo esperaba… Reírme sin descanso.
Desde el mismo momento en que entré a ese coche mi fortuna era otra y el viaje transcurrió de lo mejor. Ya hacia el final, me di cuenta de que Jesús llevaba el símbolo de la suerte, un magnífico trébol de cuatro hojas.
Un papel se posó sobre mi pierna y, girándome, vi unas mejillas ruborizadas que parecían no creerse lo que su dueña estaba tramando.
-Es mi número de teléfono; llámame para quedar y tomar algo.
Yo asentí, sin creer en mi estrella. Había llegado a mi destino y salí. Unas gotas de lluvia mojaron el papel, desdibujando los números.
¡Corrí tras el coche gritando, cayendo en un charco con forma de trébol!
OPINIONES Y COMENTARIOS