La mañana en Albacete se presenta despejada, un día perfecto para escapar a la playa. Conduzco mi coche, sintiendo la energía de las tres chicas que me acompañan. Quizás lo de Blablacar no es tan mala idea después de todo. Laura, la más extrovertida, está a mi lado, mientras Ana y Marta ríen en la parte de atrás. La música suave llena el aire, y todo parece ir bien, como un viaje sin contratiempos. Pero esa calma es solo un espejismo.
De repente, al girar una curva, veo unas familiares luces azules que parpadean detrás de nosotros. La melodía se apaga en un instante, y el sonido agudo de las sirenas corta el aire. Mis manos se tensan en el volante, y un escalofrío me recorre la espalda. Al mirar por el espejo retrovisor, veo el coche de policía acercándose. “No pasa nada”, intento tranquilizar a las chicas, pero mi voz tiembla, delatando mi creciente pánico.
“¿Por qué nos persiguen?”, pregunta Ana, con incredulidad en su tono. El aire se vuelve pesado. “Quizás solo quieran detener a alguien más”, murmuro, pero en mi interior, sé que la verdad es otra. Estoy en la lista de los más buscados. Acelero, la carretera se desdibuja bajo nosotros, y el sonido de las sirenas se convierte en un rugido ensordecedor. Mi corazón late desbocado, cada golpe es un recordatorio de que estamos huyendo. Las risas de las chicas se tornan nerviosas, sus miradas llenas de confusión y miedo. “¿Qué hacemos?”, grita Marta, y no sé qué responder. La desesperación se apodera de mí.
En un impulso irreflexivo, giro bruscamente hacia un camino de tierra. “¡Confíen en mí!”, grito, pero ni yo mismo estoy seguro de hacia dónde nos dirigimos. Las ruedas chirrían al tomar la curva, el coche salta, y el suelo irregular sacude nuestras almas. El bosque nos envuelve, la luz del día se filtra entre las ramas, pero las luces azules siguen brillando a nuestras espaldas. Las sirenas se acercan cada vez más, y las chicas murmuran entre sí, el miedo reflejado en sus ojos. “¿Y si nos atrapan?”, pregunta Ana, su voz apenas un susurro, como si decirlo en voz alta pudiera sellar nuestro destino.
“Entonces, será una historia increíble que contar”, respondo, aunque la frase suena vacía, un intento de disfrazar el terror que se cierne sobre nosotros. Quizás lo de Blablacar no era tan buena idea.
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