El pasajero silencioso

Lo primero que noté cuando subí al coche fue la enorme maleta en el asiento del copiloto. La clase de maleta que uno usa cuando se va un mes entero de vacaciones… o cuando intenta ocultar algo. Pero decidí no darle demasiada importancia. Después de todo, no era mi coche.

—Hola, soy Marta. —saludé tímidamente a los otros dos pasajeros que ya estaban acomodados en el asiento trasero, como yo. David, el conductor, me devolvió una sonrisa en el retrovisor y el otro chico, Sergio, sólo levantó la cabeza del libro que leía.

Apenas habíamos avanzado unos kilómetros cuando la curiosidad empezó a carcomerme.

—¿Alguien más nota algo raro en esa maleta? —dije sin poder contenerme.

David, el conductor, soltó una risita incómoda.

—Es… bueno… de mi compañero de piso. Me pidió que se la llevara. Está algo pesada, ¿verdad?

Los ojos de Sergio se alzaron por encima de las páginas de su libro, y luego miró la maleta con desconfianza.

—¿Y no te dijo qué hay dentro? —preguntó, como si estuviera imaginando todas las posibles películas de crímenes a la vez.

—No… no lo sé. Me dijo que no la abriera —contestó David, claramente incómodo.

Hubo un silencio tenso. La carretera serpenteaba por un paisaje desolado y la maleta parecía cobrar vida. ¿Qué podía haber ahí? ¿Un cadáver? ¿Drogas? Sergio cerró el libro de golpe.

—Esto es una locura. Tenemos que abrirla —dijo, decidido.

David frenó el coche al borde de la carretera, nervioso. Marta y yo intercambiamos miradas, pero en el fondo todos estábamos de acuerdo: teníamos que saberlo. Con manos temblorosas, David abrió la cremallera lentamente. El suspense en el aire era denso.

Y allí, dentro de la maleta, estaba… ¡una aspiradora!

David soltó una carcajada de alivio.

—Mi compañero es obsesivo con la limpieza. La lleva a todas partes.

La tensión desapareció de inmediato. Sergio suspiró, cerró su libro y todos rompimos en risas. El misterio se había resuelto, y el resto del trayecto estuvo lleno de bromas sobre maletas sospechosas y aspiradoras asesinas.