En una mañana gris y melancólica en Villalba, me encuentro sentado en el asiento del pasajero de un coche de BlaBlaCar, con el corazón latiendo desbocado, un tambor descompasado que retumba en mi pecho. Hoy enfrento mi mayor miedo: una entrevista de trabajo en Lugo que podría cambiar el rumbo de mi vida. A mi lado, Julián, el conductor, parece sereno, quizás demasiado, con su voz tranquila y despreocupada.
Detrás de nosotros, dos mujeres de mediana edad llenan el espacio con risas despreocupadas. “¿Te imaginas perder el vuelo de nuevo?” dice una, y su carcajada suena como campanas en un día de boda. Las risas me aprietan el pecho, incrementando mi ansiedad. Me siento como un extraño en un mundo lleno de alegría, atrapado en una burbuja que se cierra a mi alrededor.
El coche avanza, pero la distancia hacia mi entrevista se siente como un abismo interminable. Cada kilómetro que recorremos es un recordatorio de que el tiempo se me escapa. “¿Por qué no acelera?”, pienso, mientras miro por la ventana y veo el paisaje desdibujarse. El río, que antes me parecía hermoso, se convierte en un símbolo de mi angustia. La calma de Julián se convierte en un martilleo en mi mente, como un eco de mis inseguridades.
“¡Vamos, por favor!”, susurro, aunque sé que Julián no puede escuchar el torbellino emocional que me consume. Cada minuto que pasa intensifica el nudo en mi estómago. La entrevista se acerca, y con ella, el peso de mis temores. Las mujeres, absortas en sus historias, no parecen notar mi tormento. “Cuando lleguemos, deberíamos buscar un buen café”, sugiere una de ellas con entusiasmo, pero ya no puedo concentrarme en sus palabras. Estoy atrapado en un bucle de preocupaciones.
Finalmente, tras una travesía interminable, Julián gira y el coche se detiene en la ciudad. Salgo disparado, casi sin poder agradecerle. Mi corazón late desbocado, y mientras me dirijo a la entrevista, un escalofrío recorre mi espalda. Al pasar junto a las mujeres, una de ellas me mira con una sonrisa familiar. “Te veo en la entrevista, David. Soy Marta, de recursos humanos”, dice con calidez.
La ansiedad sigue allí, pero se matiza con una tenue esperanza. Comprendo que este viaje no es solo hacia la entrevista, sino hacia una nueva oportunidad, iluminada por la empatía de alguien que ha visto mi vulnerabilidad.
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