-Buenos días, ¿Arturo?
-El mismo -contestó sonriente-. Iván, ¿verdad?
-Hola, soy Cris -informó una joven de pelo rizado-. ¿Estamos todos?
-Falta uno. Ha reservado a última hora, creo que se llama Vladimir. Aquí viene -indicó, señalando a un hombre corpulento, de pelo rapado, que se acercaba.
-¿Arturo?
-Sí -contestó este algo intimidado.
-No hablar español –anunció antes de subir al coche.
-Pues ya estamos todos. ¿Nos vamos?
Los primeros kilómetros pasaron entre charlas triviales y silencios. Iván, en la parte trasera, miraba por la ventana mientras Vladimir roncaba. Al rato, la música de la emisora local se detuvo:
Alerta de seguridad. Nos informan de la presencia de un fugitivo de origen ruso que ha evadido un control policial. Se trata de un individuo de metro setenta de altura, complexión robusta y cabeza afeitada. Lleva tatuado un dragón en el antebrazo derecho. Va armado y es peligroso.
Cuando se reanudó la música, Cris se volvió hacia atrás y se encontró con el gesto aterrorizado de Iván, que miraba con pánico el colorido dragón que adornaba el brazo de su acompañante.
-¡Es él! –susurró Cris.
-¿El del aviso de la radio? ¡No me j…!
-¡Ssssh! –le chistó la joven mientras se llevaba el móvil a la oreja.
Con voz apenas audible, Cris informó a la policía de la situación mientras miraba de reojo a Vladimir, que dormía plácidamente ajeno a lo que ocurría a su alrededor.
-Me han dicho que paremos en la próxima gasolinera y que salgamos del coche como si no ocurriera nada. Nos estarán esperando.
Los siguientes veinte minutos parecieron transcurrir a cámara lenta. Arturo agarraba el volante con fuerza, Cris se mordía las uñas e Iván se apretaba contra la puerta sin apenas respirar.
-Ahí está –señaló Cris a media voz.
-Bueeeno, pues vamos a hacer una paradita –anunció Arturo con forzada naturalidad.
De repente, el ritmo se aceleró y todo transcurrió en cuestión de milésimas. Arturo se encontró tumbado boca abajo junto a Vladimir.
-¡Tenemos al traficante y a su socio! –gritó el que le aguantaba la cabeza.
-¿Arturo González Peña? –preguntó una voz autoritaria.
-Soy yo pero no he hecho nada –exclamó al borde del llanto.
-¿Nacido el catorce de octubre de mil novecientos ochenta y cuatro?
-Sí, pero…
-¿Hoy cumple cuarenta años?
-¿Qué tiene eso que ver con…?
-¡Muchísimas felicidades! –exclamó una multitud mientras el aire se llenaba de confeti y música festiva.
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