Marta emprendía su viaje a Torremolinos con su coche y para abaratar costes había decidido compartir su viaje con dos almas aventureras: Ángela, una creadora de contenidos muy dicharachera, iba de copiloto, y detrás iba Laura, estudiante de arte muy risueña.
El día era soleado y sin duda iba a ser un viaje muy ameno.
Tras dos horas decidieron parar en una gasolinera a estirar un poco las piernas y comprar algo de beber, pero cual fue su sorpresa al volver al coche…¡Había un peluche en el asiento trasero! Era un oso panda gigante que las miraba con una sonrisa en su cara.
—Pero ¿y esto? — exclamó Marta, perpleja.
—¡Seguro que es un espía intergaláctico! — sugirió Ángela.
— ¡O quizá sea un regalo del universo para alegrarnos el viaje! — añadió Laura, con su habitual sonrisa.
—¡Hola, chicas! Soy Pancho, el Explorador Espacial. Mi nave se averió cerca de aquí. Tuve que hacer un aterrizaje forzoso en este coche tan mono, ¿os importa si viajo con vosotras? Prometo no causar problemas… ¡bueno, salvo que tengáis galletas de bambú!.
¿Qué os parece chicas, le aceptamos como compi de viaje? — preguntó Marta a sus compañeras viajeras, que aún no salían de su asombro.
Por nosotras no hay problema si tú quieres Marta.
Y así fue como Pancho se convirtió en el pasajero inesperado.
Les contó que su planeta se llamaba Oniria, un planeta de sueños habitado por criaturas fantásticas.
- Estoy viajando para realizar una misión muy importante: traer alegría y diversión a los corazones de los seres con los que me voy cruzando, pero ahora, al estropearse mi nave, no sé cómo podría continuar mi misión.
Marta miró a Ángela y se sonrieron.
- ¿Estáis pensando lo mismo que yo, chicas? — dijo Laura con una gran sonrisa dibujada en su cara.
- ¡Te vamos a ayudar a que cumplas tu misión! — dijeron las tres al unísono.
Acordaron dejarle en la Ciudad de los Niños, en Málaga. Allí podría completar su misión dándole cariño y alegría a todos los niños y niñas que más lo necesitaban.
Así hicieron. Cuando se despidieron de Pancho sus corazones estaban llenos de alegría.
Al cabo de un rato llegaron Torremolinos y al despedirse, dándose un gran abrazo grupal, sabían que, cada vez que vieran un panda de peluche, recordarían esa experiencia extraordinaria y sonreirían, deseando volver a encontrarse con Pancho en otro viaje.
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