Veinte años fuera de España crea endemismos alóctonos, foráneos. Así me encontraba yo, alienado, recién llegado a un pueblo de montaña, queriendo visitar a mi madre en Galicia y aprendiendo a marchas forzadas del abandono rural y consecuente anulación del servicio público. Me acordé de BlaBlaCar, pero claro, nadie sale desde aquí. Veo un anuncio e intento dirigir los astros para alinear la buenaventura hacia lo inverosímil. En el bar “parada de autobús” me informan que tengo uno hasta el siguiente pueblo pero que la conexión con el enlace definitivo que hubiera facilitado tal empresa celestial, había de consultarlo con el chofer de otra empresa de autobuses, el cual, casualmente, aparcaba en mi pueblo. Ese espejismo se difuminó con la misma celeridad que fue creado. Tres días perdidos. Aborto la misión y hago otra búsqueda. ¡Bingo! Alguien había publicado un viaje rozando el límite del abuso temporal desde el pueblo vecino.

– Acabo de llegar de India, comento. He estado viajando en bicicleta por Asia 6 meses.

– ¡Vaya aventura!, responde el conductor.

– Sin duda, asevero. 

Un día en el Annapurna, la curiosidad me llevó a explorar un pequeño arroyo que con esmero se afanaba por ser escuchado. El día era cálido, el aire fresco y prístino, lo habitual de una primavera tardía a casi 4000 metros. El pequeño cauce de agua excavaba un valle menor que iba encajándose en la roca más aristosa fruto de un acusado contraste térmico, conformando una profunda grieta en un sustrato cuasi-lunar. E inconscientemente me vi ascendiendo una pared de pendiente imposible para poder salir de ese abismo.

¡Suuhhh, suuuhhhh! La respiración enérgica y vigorizante, acompasaba cada movimiento. En esa situación, la atención es absolutamente plena en la acción pues la más nimia distracción atenta contra la propia vida. Cada átomo, cada molécula se aúna con el ahora.

¡Suuuhhh, suuuhhh! continúo el ascenso. Uno a uno, a cada nuevo apoyo, le seguía un único movimiento al que se emparejaba un breve e ínfimo lapso de recuperación de aliento. La percepción temporal también desaparece, sólo el ser fusionado con el presente sobrevive. Y por fin, en el cenit, tumbado boca arriba, saludando ese azul inmaculado y escuchando el atronador latido de mi corazón: ¡Tum, tum! ¡Tum, tum! ¡Tum, tum!, supe, en ese preciso momento, que había salido de tal situación y en consecuencia, salvado la vida.

– ¡Pssssst! ¡Pssssst! ¡Despierta chico, hemos llegado!

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