A finales de agosto, el calor derretía el asfalto. Al día siguiente, mi hijo de 10 años y yo saldríamos de Zafra rumbo a Navarra. Habíamos pasado una semana con mi abuela, quien estaba muy enferma, aunque también feliz de tenernos cerca. Esa última noche decidí ofrecer un viaje en BlaBlaCar con parada en Madrid.
Con el oxígeno puesto y dificultades para moverse, mi abuela me preguntó:
—¿Eso es fiable, hija? Mira que vas con el niño.
—Sí, abuela —respondí con una sonrisa—. Vamos acompañados, y es más directo que otro transporte.
Ella sonrió.
—Bueno, hija, si tú lo dices, será confiable.
A las 5:30 de la mañana del día siguiente, habíamos quedado en la gasolinera de Zafra. Me levanté, bajé al niño dormido y decidí no despertar a mi abuela.
Cuando encendí el motor del coche, mi abuela apareció en el balcón para despedirse. Salí del coche, le dije lo mucho que la quería y ella me respondió:
—¡Ten cuidado! —gritó—. Te quiero, hija. Vete tranquila, hija. Te quiero.
Así lo hice, y con prisa me fui.
Recogimos a una chica delgada y nerviosa. Tenía que llegar a una clínica en Madrid donde le darían quimioterapia a su novio por primera vez. Estaba enfadada y excitada. Cuando paramos en Trujillo para recoger a otra pasajera, la chica rompió a llorar. Mi hijo se asustó, y tanto la nueva pasajera como yo tratamos de consolarla, pero estaba muy alterada. Relataba lo mal que le iba todo. Decía que no llegaría a tiempo y nos pidió que la dejáramos justo donde lo necesitaba. Entonces nos callamos.
Por suerte, la otra pasajera era muy agradable y se adaptó a sus requerimientos. Aunque fue intenso, el trayecto a Madrid se hizo corto. Entramos en Móstoles y dejé a la chica nerviosa allí. Acompañamos a la otra pasajera a la estación de tren.
Cuando se fueron, mi hijo me pidió que no volviera a coger gente en BlaBlaCar. Le dije que sí lo haría, explicándole que a veces tenemos que acompañarnos en lo difícil. El BlaBlaCar es como la vida misma. Las emociones agradables y desagradables forman parte de la experiencia vital.
Unos días después, tuvimos que regresar a Zafra. Esta vez, el viaje era triste: mi abuela estaba muriéndose. Fuimos toda la familia a decirle adiós.
Aunque, mi último recuerdo de ella saltando en el balcón fue nuestra despedida y perdurará siempre en mi corazón.
OPINIONES Y COMENTARIOS