Entusiasmado por conocer Acapulco, no me importó viajar apeñuscado en el compacto Fiat de Manolo. De copilotos Silvia y sus dos pequeños hijos; los demás en el asiento trasero: Fernando, Chiquilín de casi dos metros de altura y yo, pero Arriba de nosotros, Martha, Lourdes y Patricia… Sin hacer alusión a su corpulencia.

Una semana antes, Manolo nos presumía su flamante adquisición: un Fiat “modelo 58” y para estrenarlo nos propuso un viaje al puerto de Acapulco.

Partimos el viernes a las seis de la mañana y con seis horas de camino estaríamos disfrutando del mar y un fin de semana espectacular. El ambiente en esa lata de sardinas era de risas y griterío de jóvenes entre 16 y 21 años de edad.

“Pero… ¿Por qué siempre tiene que haber un ‘pero’?” Antes de una hora de camino el Fiat se calentó, cuando enfrió, el radiador estaba totalmente vacío, y nos quedamos sin nuestra dotación de agua.

En el primer poblado nos abastecimos con garrafas del vital líquido; mismas que se fueron vaciando, pues cada media hora el cacharro majadero, escupía toda el agua; lo único reconfortante de esas paradas era el estirar las piernas entumidas gracias a las chicas arriba de nosotros.

Diez horas después; a tan solo cincuenta kilómetros para nuestro destino, se trozó el chicote del acelerador y aunque Manolo lo remendó con un lazo; Chiquilín y yo, decidimos separarnos y pedir aventón para aligerarle peso al pobre Fiat; llegó una pick up y nos trepamos en su caja, tras despedirnos con un: “en Acapulco nos vemos”, los fuimos perdiendo de vista.

La pick up nos dejó en la playa, por fin, el mar apacible, con pinceladas rojizas en el horizonte; algunos bañistas aún nadaban y de solo verlos se me antojaba un chapuzón que refrescara mi cuerpo bañado en sudor, pero pesaba más el hambre, así que decidimos buscar una fonda, y gracias a las escasas monedas de nuestros bolsillos, pudimos comer. Hasta ese momento nos percatamos de que solo Manolo tenía el nombre y dirección del hotel contratado.

Por lo pronto, ahí estaba en el paradisíaco Acapulco, sin dinero, sin equipaje y preguntándome, ¿cómo encontrar a Manolo y compañía? Y, de repente, se iluminó mi cara.

En ese preciso momento, a la puerta de aquella fonda se detuvo un Fiat que venía soltando vapor cuál ferrocarril de película antigua.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS