Llovía, llovía. ¡Por Dios! como llovía. No era justo. Y justo cuando tenía que ir a mi entrevista de trabajo. Había dejado mis zapatillas para subirme a unos zapatos de tacón y comprado un hermoso pantalón sastre. Me había planchado el cabello. No, no era justo.
Tomé mis carpetas, mi cartera, respiré con fuerzas y salí.
Dude unos instantes antes de abrir la puerta del edificio de departamentos en el que vivía, pero allí lo vi, parado en el semáforo. Tomé coraje y corrí bajo la cortina de agua que se empeñaba solo en mojarme a mí. Llegué al taxi y abrí la puerta de golpe para subirme. En ese mismo momento, alguien abrió la puerta contraria y entramos al mismo tiempo, con una sincronización perfecta.
Agitada, mojada, furiosa y desconcertada mire a mi acompañante y el hizo lo mismo…agitado, mojado, pero con una sonrisa y sereno.
– ¿A dónde? _ Pregunto el taxista que ni se dio por enterado de toda la escena que se llevaba a cabo en el asiento trasero.
Al unísono, como coro de iglesia y como si lo hubiéramos ensayado – Al centro – dijímos.
Yo enojada, mi acompañante tranquilo.
Nos volvimos a mirar, y el tiempo se detuvo por un inmenso instante, y esos grandes ojos azules como un cielo diáfano me hicieron olvidar por un momento el cielo gris y cerrado que había afuera.
Juan, Juan se llamaba, eso me dijo mientras extendía una mano para saludarme y con la otra me ofrecía un pañuelo.
-Luis, Luisa- balbucie tímidamente sin dejar de mirar esos luminosos ojos. Tomé el pañuelo y lentamente me limpie el maquillaje que se me había corrido todo.
Y mientras afuera, ese día diluviaba a mares, dentro de ese taxi, esa mañana, parecía un día de campo con un cielo sin nubes, un sol a pleno y aroma de flores.
La vos del taxista me sobresalto cuando anunció que habíamos llegado a destino. Hurgue en mi cartera hasta encontrar mi billetera pero al levantar la vista mi compañero de viaje ya había pagado y para mi decepción se había bajado.
Rápidamente pase mi mano por la ventanilla empañada y lo vi correr hasta ese bar. Se sacudió el agua de la ropa, arregló su cabello, se dió vuelta y me regaló una última sonrisa.
Chau Juan, ojos de cielo y aroma a flores. Espero que el tiempo y el destino nos vuelva a juntar en otro taxi.
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