—¿Cómo se llama el conductor?
—Pepe, según su perfil.
—Bien.— Dijo el tercero de los chicos que esperaban en la puerta de la facultad de
ingeniería a ser recogidos por su blablacar. —¿A ver la foto de perfil?— Miraron la foto. —
Confirmamos que es de pueblo.— Los tres estudiantes rieron.
El bueno de Pepe llegó al punto de encuentro. Un hombre mayor y de aspecto bastante
bonachón llevaría a los chicos hasta el destino acordado. De copiloto llevaba un perro de
campo.
—Estos viajes me los pone mi nieto. Yo de esto no entiendo, es él el que se encarga siempre,
dice que así me gano unas pelillas extra.— Pepe sonreía. —Eso del móvil, de las ap. Bueno,
ustedes me entienden, todas esas cosas no me van mucho.
Los muchachos eran amables y cordiales, y se esforzaban al máximo tratando de entender
todo lo que la boca de Pepe pronunciaba.
Los pasajeros de atrás llevaban un buen rato sumergidos en un debate sobre una luz en el
salpicadero que los tenía intrigados. Para uno la luz era roja, para otro era amarilla. Para uno
tal vez fuera un círculo parecido a una rueda, o tal vez era un triángulo sobre líneas
paralelas. La mecánica cabeza de los chicos trabajaba al cien por cien de capacidad
intentando descifrar el misterio.
—Es un rectángulo con un reloj naranja dentro, ¿es qué no lo ves? Será un mecanismo del
ordenador de a bordo.— Decía bajito y enfadado uno de ellos.
—¿Pero qué reloj ni qué reloj? ¿Estas ciego o qué? Es una rueda roja. Eso es que el sensor
indica falta de aire.
—Si nuestro profesor de la facultad supiera lo torpe que sois. Claramente son triángulos
sobre líneas de carretera amarillas. Es el control de estabilidad. Recordad la clase de
ingeniería y mecánica del curso pasad…
Pepe, sin saberlo, interrumpió el cálido debate del que era ajeno. —Voy a parar un
momento en la gasolinera, que el bisho me pide bebida.— Sonreía alegre mientras se
alejaba del coche.
La discusión pasó a un tono ya sin mesura y los tres juntaban hombro con hombro al
pegarse lo máximo posible a la luz.
—¿Pero qué es eso?— Gritaban desesperados los chicos.
—¿Eso? Eso no es nah.— Dijo el bueno de Pepe apareciendo por la puerta. Sacó a pasear su
gran puño y de un golpe seco apagó la extraña luz. —Arreglao. ¿Seguimos?
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