Ventanillas bajadas

Ventanillas bajadas

Aina

07/10/2024

¿Recuerdas ese día que nos conocimos? Íbamos con las ventanillas bajadas y el sol que estaba a punto de esconderse por el horizonte nos acariciaba la piel. Yo iba camino a mis “vacaciones”, aunque para mí no eran más que un convencionalismo que me obligaba a abandonar mi querida rutina para pasar unos días con mi familia. Si por mi fuera me hubiera quedado en Madrid paseando por esas calles que el calor sofocante deja vacías cada agosto. Tú eras libre. Eras nómada, en esos días, y viajabas de un sitio a otro con tu mochila gigante, y una tienda y un saco que me contaste que no eran tuyos pero que te habían salvado más de una noche. Cuando te vi llegar con ese caparazón gigantesco en la espalda, pensé que serías una romántica empedernida persiguiendo la aventura. No me equivocaba.

Creo que todo empezó cuando te pregunté qué música te apetecía escuchar y propusiste la que era mi canción favorita. Las cuatro horas de viaje nos sobraron para conocernos, para enamorarnos y para cambiar los planes del resto de mi verano. Faltaba poco rato para llegar cuando llamé a mi madre para contarle que había tenido un percance con el coche y que llegaría el próximo día. Mientras, nos encaminábamos a tu cala secreta; había sido incapaz de negarme a tu invitación de ver la lluvia de estrellas de esa noche de San Lorenzo contigo. El próximo día tuve que retomar mis responsabilidades familiares y dejé que siguieras tu viaje sola, pero me bastaron pocas horas lejos de ti para darme cuenta de que quería seguir descubriendo calas y viendo estrellas caer a tu lado. Me costó unos días informar a mis padres de que me iba, llenar el coche de provisiones para el resto del verano y llamarte.

Y ahora nos hemos plantado en septiembre, y yo tengo que volver a la rutina a la que he aprendido a dejar de echar de menos, y tú dejas de ser libre. O al menos, nómada: tal vez puedas seguir siendo libre en la ciudad. Tal vez podamos seguir siendo libres, cada una a su manera, y serlo juntas a nuestra manera cuando nos encontremos y volvamos a llenar el maletero, a quitar el freno de mano y a bajar las ventanillas para que nos dé el sol del atardecer en la piel.

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