Ojos castaños con cabellos extraños, aretes de bisutería que no disimulan que es de fingida romería, gafas dentro del neceser que carga sin quehacer y de copiloto la de dentadura tan falsa como mis intenciones de volver a convivir con ellas en mi coche que abordan como calza.
Portazo retiembla como bendición y me hace sonreír con disimulada pasión, y apretuja mi mano, de mi pantalón un retazo.
No abandoné el saludo que no propiné la última vez, por testarudo. Me siento culpable, y que ahora tiento un propósito imperdonable…
Era solo un viaje relativamente corto, sin curvas ni ultraje que en línea recta soporto, un traslado a la estación de autobuses donde en el camino descansaban cruces, por aquellos que perdieron del camino la visión, un trayecto cotidiano donde solo escuchaba los chismes come humanos de quien hablaba mientras la anciana me rozaba con su mano.
Sus ojos castaños me insinuaban no te hagas más daño.
Al ritmo gitano sus aretes dejaban su brillo lejano.
Derrochando sus adentros el neceser apretujaba buscando.
No era un viaje de higos a brevas, usaba abrigo y corbata nueva, resonaba fuerte música cumbianchera, solo la anciana anhelaba sonaran rancheras, de pronto un grito de Chavela Vargas provocó que la abuela hiciera segunda y con una descarga de emoción a mis pies buscara cual moribunda sus postizos dientes que entre el clutch y el freno se encontraron pasadizos.
Anciana necia con el cinturón mal puesto, entre mis piernas se profana, yo molesto haciendo gestos con disimulo y nervios mencionaba: ¡Que falta de respeto!, ¡Que atropello a la moral!. La anciana pregonaba: ¡Que, si al ladrón dejan manco, a ti sin lengua estarás que ahorita te la arranco!
Ojos, aretes, neceser como reían sin parar cuando obligado me vi a tener que frenar…
Un trailero por atrás, excepto a mí que no era pasajero, con Macorina por canción a quienes debían bajar en la estación sin conversar… las mando a descansar.
Cada vez que llego a la estación, me viro con atención, sin parpadear las miro y suelo escuchar: No te debes reprochar, es hora de otros pasajeros abordar.
Cada vez que llego a la estación, cierro los ojos, agudizo los oídos de esta que se vuelve una tradición sin despojos en donde a ellas me siento unido… y grito en mis adentros con vocablos siniestros:
Anciana que su dentadura es la culpable de esta malaventura.
OPINIONES Y COMENTARIOS