Cristina decidida a ahorrar y pidió por primera vez un coche compartido, sin imaginar los acontecimientos que le acompañarían. La aplicación le decía que el conductor llegaría en tres minutos, y que otros dos pasajeros ya estaban a bordo. Perfecto, pensó. Al subir, se encontró con dos pasajeros: un payaso de fiesta, completo con nariz roja y peluca azul, y una señora mayor que llevaba una enorme cesta de repollos.
¿Evento especial?, preguntó Cristina al payaso.
¡Cumpleaños! Pero primero necesito recoger confeti, respondió el payaso, agitando un globo de perro con entusiasmo.
La señora, muy seria, añadió: El confeti es una pérdida. Los repollos son mejores. Más ecológicos, y le ofreció a Cristina uno, quien rechazó con cortesía mientras se aguantaba la risa.
De repente, el coche comenzó a hacer un ruido raro, como un silbido intermitente. El conductor, un chico joven que parecía inmune a las rarezas, añadió: no se preocupen, este coche tiene carácter.
El payaso se asomó por la ventana, gritando: ¡Nada raro! Aunque podría ser un gato ninja, con toda la seriedad del mundo. Cristina no pudo contener la risa y estallo en carcajadas.
En la siguiente parada, subió otro pasajero: un hombre en traje, muy serio, con un maletín. Entró al coche, miró a su alrededor—a la señora con su cesta de repollos, al payaso inflando globos—y simplemente se puso unos auriculares, decidido a ignorar todo, yo creo que estaba pensando cuando nos vio, ¿en que clase de coche me he subido?.
El payaso intentó hacer conversación, ofreciéndole un globo al hombre, pero él solo miró hacia adelante, como si no viera nada. En ese momento, el coche empezó a sacudirse levemente. ¡Es un terremoto!, bromeó el payaso.
Pero no, simplemente era la carretera empedrada. La señora, imperturbable, comentó: Eso son malas energías. Por eso llevo ajo. Cristina intentó no soltar otra carcajada mientras el coche avanzaba a trompicones.
Finalmente, al llegar al destino del payaso, este salió corriendo, dejando una nube de globos en el asiento trasero. La señora de los repollos también se bajó poco después, dejándole un repollo a Cristina como si fuera un regalo especial.
Mientras el coche seguía su ruta, Cristina miró a los globos y al repollo a su lado y pensó, riendo para sí misma que nunca olvidaría este trayecto inusual.
OPINIONES Y COMENTARIOS