En una pluma azul

—¡Ah, caray!

A veces el tiempo es mutable y cambia, aunque no tenga lógica, y esta noche parecía como si las horas no tuvieran sesenta minutos y fueran conformadas por varios cientos de minutos interminables. Por un lado, una lluvia incesante, una carretera cerrada y, por otro, una mujer que no cesaba de hablar ni un instante. La lluvia amainó y la circulación fue reanudada. Mi cabeza golpeaba a veces en el cristal, pues dormitaba a ratos porque me sentía desfallecer por la quimio del día anterior. Este viaje de retorno a mi pueblo ya no tendría retorno a la gran ciudad, pues la esperanza se había escapado de mi cuerpo llevándose muchos años que ya no viviría en esta vida.

Y el auto se detuvo, pues había árboles derribados y personas tratando de quitarlos. Yo dormitaba a ratos y no tenía plena conciencia de la realidad del viaje. Sé y lo sé bien que, además del chofer, viajaba una mujer de edad avanzada en el asiento de copiloto y un jovencito sentado atrás junto a mí. El caso es que en una de esas desperté y la señora me sujetaba cariñosamente, abrazándome y oí claramente cuando le dijo al chofer

—Mi señor, por favor, me dejas en la puerta grande del convento de la Caleta

La tempestad era tan fuerte que casi doblaba las altas palmeras junto a la gran puerta de la vieja construcción. Cuando el auto se detuvo, la señora tomó mis manos y me entregó una pluma y susurró en mi oído: —No temas, mi hijo, las tormentas no solo traen desgracias

—También traen milagros

la tormenta era tan fuerte que casi doblaba las altas palmeras de la entrada al lugar y cuando ella tocó la puerta, se abrió; un hombre muy alto y de cabello largo, le dio la mano y la recibió. El auto continuó su viaje y yo no supe más.

Desperté en mi casa y francamente no sé cómo llegué a mi cama, no recuerdo nada. Desde ese día me siento con fuerzas y, al parecer, los estudios médicos dicen que la leucemia ha desaparecido.

—¡Ah, caray, creo que me dieron un milagro!

He buscado muchas veces el convento que vi en el viaje y no lo encuentro y tampoco hay registro del auto del viaje

—Si me dejaron una pluma

—¡Sí, eran ángeles!

CLEMENTE MUJICA PONCE

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