Desde la perspectiva de Eugenio, entraron cuatro aliviadores de cartera en el coche. Uno a uno, en orden y de manera encantadora, ofreciendo un saludo educado. A su lado, en el asiento del copiloto, estaba un cuerpo de metal pegado al respaldar como imán, llamado Bruno. En la parte de atrás se sentaban de izquierda a derecha ricitos de chocolate, un hombre de traje sin bigote y Jaffar, o también llamados Marco, Petter y Gabriel.
Una vez que el coche arrancó, empezó la magia del Blablacar. Estas cuatro personas personificaron cuatro parlanchines boletos de descuento para viaje, por lo que Eugenio estaba contento hablando con ellos.
Peter fue el primero en hablar y se encargó de mantener implicadas a las cincos personas en la conversación. Bruno, el más callado, parecía tener amaxofobia, aferrado al asiento y la manija del techo. Él no entendía porque así todavía insistía en sentarse adelante y decidió conducir con mucho cuidado. Poco a poco, Bruno se fue relajando. Marco parecía el más normal, un chico vivaz. Gabriel interpretará a Jaffar, lo que explicaba su atuendo. La charla fluía y Eugenio se sentía encantado con estos pasajeros.
«¡Hora de seguirnos en redes!» Ideó Marco.
Todos fueron muy cooperativos intercambiando Mchat. Eugenio entregó su celular desbloqueado sin quitar la mirada de la carretera. Mientras Peter le agregaba una cuenta comercial extra, una notificación importante barrió la pantalla, haciendo que sus ojos se abrieran como platos. A su vez, las bocas de ricitos y Jaffar tentativas a aullar fueron silenciadas por Peter.
«Eugene, estaciona el coche» dijo con urgencia.
Estaba poco acostumbrado a que sin bigote le cambiara el nombre, rió, pero obedeció. Al detenerse, estallaron gritos desde la parte trasera. Eugenio, invadido por la sorpresa presionó el claxon, Marco gritó horrorizado y al segundo siguiente…
«¡Felicidades por conseguir una beca en la prestigiosa WUD!»
«¡Has sido un cerebrito. ¿Cuando te admitieron en WUD?»
«¡Es la legendaria beca en WUD!»
Sorprendido, Eugenio tomó su celular de las manos de Peter y confirmó la noticia.
«¡El pez gordo, aaah!», gritó emocionado. Los demás no entendían la referencia, pero se unieron a su entusiasmo. Marco, rápido para captar el ánimo, empezó a corear la frase del pez junto a Eugenio.
Esta es una memoria atesorada. Cuando se graduó, en un destino de más de diez horas de vuelo de distancia de donde pasó aquello, el grupo de chat se llenó de frases de pez de cuatro viejos amigos.
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