Era una mañana soleada cuando Julia decidió que, para su viaje a otra ciudad, usar BlaBlaCar sería más barato que el tren. Además, pensaba que compartir coche con desconocidos siempre traía historias interesantes. No sabía cuán interesantes…

Al llegar al punto de encuentro, un destartalado Fiat rojo la esperaba. Al volante estaba un hombre de unos cuarenta años, con una camiseta de Iron Maiden y una coleta desordenada. “Soy Nacho”, dijo mientras ponía música heavy a todo volumen. Julia sonrió nerviosa y se subió al asiento trasero. En el copiloto había una señora de unos sesenta años con un sombrero rosa brillante y gafas de sol del tamaño de su cara. “¡Hola, soy Estela!”, gritó, como si fuera sorda. Parecía salida de un festival de los años setenta.

Unos minutos después, llegó el último pasajero. Un joven de aspecto serio con una guitarra. “Carlos”, murmuró mientras se acomodaba junto a Julia.

El coche arrancó y la aventura comenzó. A los cinco minutos, Estela sacó un tupper de tamaño industrial con croquetas caseras. “¿Queréis? Son de merluza. A mi perro le encantan”. Julia aceptó una, esperando que al menos estuviera buena. Para su sorpresa, la señora tenía mano para la cocina, aunque la anécdota del perro la dejó algo incómoda.

Mientras tanto, Nacho, el conductor, empezó a hablar de su pasión por el heavy metal y su banda de garaje, “Los Apocalipsis”. Según él, estaban a punto de dar el salto al estrellato. “El único problema”, dijo, “es que mi abuela no quiere prestarnos el garaje”. Julia y Carlos intercambiaron una mirada cómplice. Parecía que este viaje iba a ser más largo de lo que esperaban.

Al cabo de una hora, Estela decidió que era buen momento para hacer yoga. Sin pensarlo dos veces, se giró en el asiento, estiró las piernas y comenzó a hacer la postura del “perro boca abajo”. Mientras tanto, Carlos sacó su guitarra y empezó a tocar lo que parecían ser acordes tristes, como si estuviera componiendo la banda sonora de una película de catástrofes.

La combinación de heavy metal, croquetas de perro, yoga y guitarra melancólica convirtió el viaje en una especie de espectáculo surrealista sobre ruedas. Julia, que al principio solo quería llegar a su destino, empezó a reírse tanto que las lágrimas le corrían por las mejillas.

Se despidieron, Pensado que al final  sería una  de esas historias que contarían una y otra vez en  fiestas. 

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