Lo peor de recibir un premio literario es tener que ir a recogerlo. No nos engañemos, los escritores somos pobres, no todos nos llamamos Arturo. Vivo en Málaga y debo viajar hasta Madrid. El coche, con más kilómetros que un taxi marroquí, descartado; el AVE inalcanzable. Mi única opción es el bendito BlaBlaCar. Me pongo en contacto con Antonio. Tengo suerte, seré el último de los cuatro pasajeros que compartiremos viaje. Quedamos a las 10:00.
Cuando llego, sólo está el dueño del Ibiza.
- Acompáñame a comprar una cosa, después recogeremos a los otros.
- Claro.
Aparca en un espacio para minusválidos. No veo la tarjetita azul por ningún lado. La tienda de lencería acababa de abrir. Entramos.
- Quiero algo para mi Ex.
- No jodas.
- No tengo ni idea, ayúdame.
Yo sé tanto de lencería como de hacer uramakis.
- El conjunto dorado me parece ideal. (Miento)
- ¿Que talla necesitaría?
- Será como usted pero con más tetas, más culo y más guapa.
- Este le va a quedar perfecto, seguro.
Recogemos a los otros dos: ella, una rubia pija del Limonar, de pechos operados, nariz con un ángulo demasiado perfecto y vestida como si fuera a la cena de la promoción del 2015; él, un puñetero atleta, con quijada cuadrada, melena felina y andares de elfo de los bosques. Los dos se sientan detrás. Arrancamos.
Los de la generación Z van enganchados a sus redes. Delante, Antonio me usa como diván para vomitar sus traumas. Tomo notas mentales.
Paramos en Casa Pepe. Mitad de camino.
- Tenemos diez minutos o no llegaré a la función de navidad de mi hija.
Antonio y la pija salen del coche, el elfo se queda. Me pasa su móvil.
- Mira con quien acabo de hacer match.
- Pero, ¿esta no es…?
- Me está esperando en el baño.
Da un portazo y sale corriendo. Regresa Antonio.
- ¿Dónde están estos dos?
- Ni puta idea.
Vuelven al cabo de trece minutos. Él con la camiseta del revés, ella despeinada.
Llegamos a Atocha. El guapo me guiña un ojo, apretón de manos a la pija y movimiento de cabeza al chofer. Cruza. En la acera de enfrente le besa un pibón. La pija ni se despide. Antonio balbucea algo y arranca el coche dirección Lavapiés, tiene la esperanza de arreglar su vida con un conjunto de lencería color dorado de talla incorrecta. Llega tarde.
Dentro de dos horas recojo el premio. Ojalá mi suerte cambie.
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